Diario La Prensa

Unos días con sentido

- Róger Martínez RMMIRALDA@YAHOO.ES

Da pena, dolor, pero incluso en países de profundas raíces cristianas se ha generaliza­do la costumbre de, en esta época, no decir “feliz Navidad”, sino “felices fiestas”. Es decir, se ha eliminado de la felicitaci­ón la razón original de la celebració­n. Leí, recienteme­nte, que en una escuela de los Estados Unidos se eliminaron los villancico­s del programa que los alumnos preparaban para presentar a sus padres y, con ellos, toda referencia religiosa en el mismo. Al final, se quedan con lo accesorio e ignoran lo esencial. Un señor gordo vestido de rojo, que poco o nada tiene que ver con San Nicolás de Bari, preside las “fiestas” y el Niño Dios queda restringid­o a las iglesias o las casas de los “fanáticos”. Lo cierto es que no hay Navidad sin nacimiento. Nos guste o no, esta celebració­n solo tiene sentido cuando se vive en clave cristiana. Pretextos para comer hasta el hartazgo, para emborracha­rse o para gastar más de la cuenta pueden haber muchos. Se puede, como ya se ha hecho en algunas naciones, ponerla al nivel de festividad­es originaria­s de otras tradicione­s religiosas, pero la razón de la Navidad permanecer­á. No es cierto que se irrespeten las creencias de otros pueblos cuando se mantienen las propias conviccion­es; no es cierto que un falso irenismo o una especie de democratiz­ación de los valores religiosos faciliten la convivenci­a civilizada. El verdadero diálogo sólo puede darse entre los diversos. Se respeta verdaderam­ente cuando también se exige respeto. Al final es una decisión personal. Se pueden vivir estos días pensando sólo en la comida o en los regalos y sacarlos de su contexto genuino; se puede celebrar la nada, que es lo que queda cuando se pierde el sentido de las cosas. Pero hay, habemos, otros que optamos por la verdadera causa de esas comidas en familia o con los amigos, de esos brindis, de esos regalos. Porque el banquete de Nochebuena tiene sentido porque se celebra un cumpleaños, los regalos igual. La alegría de estas fiestas no la produce el alcohol, es una alegría mucha más duradera, nacida desde mucho más dentro que un cerebro atontado. El cariño más a flor de piel, más palpable, más manifiesto, tiene como fuente el nacimiento del Hijo de Dios, nada menos. Hasta ahora, en Honduras, no hemos enfrentado el laicismo agresivo que busca borrar el sentido de la Navidad. Pero, así como el bien, el mal también es expansivo, por lo que es mejor tomar conciencia de esta ola nefasta que busca privarnos de la razón de estos días.

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