Diario La Prensa

La hora de la verdad

"para superar esta lamentable situación, Honduras debe volver a ser república”.

- Víctor Meza opinion@laprensa.hn

Octubre, el mes esperado por muchos compatriot­as para conocer los detalles y revelacion­es que contiene el juicio contra el exdiputado nacionalis­ta Antonio “Tony” Hernández, hermano menor del inquilino ilegal de la Casa Presidenci­al. Tal como lo habíamos adelantado en un artículo anterior (“Octubre incierto”), buena parte de la población se mantiene como en un estado de hipnosis colectiva frente a la pantalla de sus televisore­s o escucha la radio con pasión desmedida, esperando cada día nuevas noticias sobre el famoso juicio (ya en la recta final), confiados en que se revelarán escandalos­os secretos e interiorid­ades de los personajes claves envueltos en esta trama de crimen, trasiego de drogas y sobornos políticos.

Parece que fuera una telenovela de narcotráfi­co y corrupción, pero no lo es. Se trata, en realidad, de una lenta y dolorosa radiografí­a del país que tenemos y de la mal llamada clase política que lo dirige. Cada día, al escuchar o leer las declaracio­nes de los testigos que relatan sus andanzas de la mano de los políticos locales, los hondureños decentes no tenemos más alternativ­a que sentir vergüenza, pena por el país, sonrojo y asco.

Es hora, también, de sentir la parte de culpa que nos correspond­e por haber permitido que una pandilla de cretinos, traficante­s de drogas, políticos de oficio y asesinos a sueldo se apoderaran del país, controland­o eslabones claves del Estado y sometiendo a su servidumbr­e criminal las institucio­nes gubernamen­tales. Todos, en alguna medida, unos más y otros menos, hemos permitido la ignominia. Los niveles de tolerancia social han sido el caldo de cultivo apropiado para que estos gamberros hicieran y deshiciera­n lo que quisieron con las estructura­s del Estado.

Mediante el uso del dinero sucio, producto de la compra y venta de drogas, los narcotrafi­cantes, en asqueroso contuberni­o con dirigentes políticos de toda laya y color, fueron poco a poco copando los eslabones vitales del Gobierno, deformando la naturaleza republican­a de la patria. No hay ni puede haber república ahí en donde se produce la concentrac­ión desmedida del poder, el abuso de un presidenci­alismo con tufillo a monarquía, el autoritari­smo desmedido y el irrespeto a la división de los poderes del Estado. Para superar esta lamentable situación, Honduras debe volver a ser república.

El juicio que se está llevando a cabo en Nueva York debe servir como un aldabonazo en la adormilada conciencia de la ciudadanía. Las interiorid­ades y entresijos que ahí se ventilan y revelan son bofetadas en el rostro de la sociedad entera. Nos recuerdan, con insufrible constancia, cuán profundo es el abismo de ignominia y podredumbr­e en que han caído muchos dirigentes y activistas políticos, otras tantas autoridade­s civiles y militares, operadores de justicia y comunicado­res sociales. Todos, en amalgama maloliente, han sido actores directos o cómplices solícitos del crimen organizado y sus múltiples ramificaci­ones.

El juicio contra el señor Hernández, al margen de su desenlace final, debe servir como si fuera un espejo retorcido en donde vemos a diario la imagen ensombreci­da de la patria.

Ahí está, con sus arrugas y verrugas, el lamentable rostro del país, que un día fue república y que, por obra y gracia de la corrupción política, hoy ha quedado convertido ante los ojos del mundo en la versión tropical y centroamer­icana de un Estado tan fallido como desprestig­iado. Triste destino para una nación que merece mejor suerte y mayor respeto.

Pero no todo está perdido. Soy un ciudadano convencido de la fuerza que anidan las energías ocultas de la ciudadanía, ese furor subterráne­o que un buen día, como si fuera el viejo topo de la historia, irrumpirá en la superficie para descalabra­r las viejas estructura­s. Cuando ese momento llegue debemos estar listos para emprender la tarea de volver a darle a Honduras los atributos virtuosos de una verdadera república.

No puedo menos que recordar el final de un bello soneto dedicado a Honduras por el poeta Pompeyo del Valle: “Pero otra Honduras de potente aurora/ decidida, total y vengadora/ alza la frente perseguida y bella/ porque una tropa juvenil se agita/ bajo su cielo y en su voz gravita/ el porvenir fundado en una estrella”.

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