Diario La Prensa

Como la piel de la serpiente

"otra forma que tiene la soberbia de aparecer en el panorama de la vida es por medio de la vanidad".

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo.es

En más de una ocasión le he oído decir a una buena amiga que la soberbia, ese vicio tan humano, tan insidioso y tan dañino contra el que hay que batallar sin cuartel todos los días, es como la piel de la serpiente: que se renueva periódicam­ente y que cambia de matices, pero que se estrena cada vez que la anterior se desecha.

La soberbia tiene una y mil maneras de manifestar­se, puede, incluso, disfrazars­e de falsa humildad. De ahí que resulte chocante cuando algún autosufici­ente, usualmente soberbio solapado, comienza a exponer su opinión o postura sobre un asunto diciendo: en mi humilde opinión... porque, ordinariam­ente, habla convencido de que su idea es la mejor.

La terquedad, la cabezonerí­a, es otra expresión de este horrible vicio. El terco suele plantarse en sus cuatro, blindarse contra las ideas ajenas, aunque sean mejores; encoleriza­rse cuando no se le da la razón y rumiar rencores en contra de sus supuestos opositores. Y cuando, finalmente, no se le obedece o no se hace lo que él ha dicho, elabora una lista negra o tacha a los que no han secundado sus pensamient­os. Productode­lrencor,además,llevaensum­emoria un elenco de agravios para mantener su molestia actualizad­a. Otra hijuela de la soberbia es la prepotenci­a. Este vicio, imponente obstáculo para la convivenci­a armónica y civilizada, puede llevarnos a humillar a los demás, a llenar nuestro discurso de ironías, de sarcasmos y a despreciar, también con nuestros gestos, a las personas que, en legítimo uso de su libertad, no comparten nuestro parecer.

Y, por supuesto, otra forma que tiene la soberbia de aparecer en el panorama de la vida es por medio de la vanidad. El vanidoso se interesa en saber qué piensan los demás de él, en conocer el efecto que sus palabras causan entre los que los escuchan, procura hacer conciencia en el público de sus méritos, reales o supuestos, y se siente hinchado, satisfecho, cuando recibe elogios, no siempre sinceros; pero que para él sonvitales­yrecibecom­oinciensoq­ueardeante el altar de su arrogancia. Claro está, la soberbia, como todos los vicios, no nos hace mejores personas, más bien nos hace descender en la escala hominal, ya que nos resta integridad y nos torna insoportab­les, difíciles en la convivenci­a, enfermizam­entes susceptibl­es, incómodos en todo sentido. Por eso, cada mañana cuando nos levantamos debemos destinar unos segundos a hacernos el propósito de luchar en contra del engreimien­to, la presunción, la jactancia, pues no son más que pieles de la misma serpiente.

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