Huyamos de la arrogancia
"La arrogancia nos hace tener defectos de percepción, nos convierte en seres ajenos y solitarios"
Que no hay nada que aprender, que la historia es cosa del pasado, que ahora somos más inteligente que antes, que los demás están equivocados son tan solo algunas frases de las muchas que es posible escuchar y leer a diario y que seguramente no son exclusivas de los hondureños, sino del mundo entero.
La arrogancia que arropa esas frases es lo contrario de la humildad y se ve reflejada en un constante sentido de superioridad frente a los demás.
La actitud marcada por la arrogancia lleva a muchos a tener posturas inamovibles sobre ciertos temas, pues se convierte en un verdadero obstáculo para apreciar a los otros y comprender puntos de vista diferentes a los propios.
A los arrogantes no les gusta que la gente objete sus puntos de vista, porque su versión de todo se convierte en la única verdad aceptable.
En todos los ámbitos de la vida, la arrogancia es mala compañera, pero es aún peor cuando se trata de quienes tienen una marcada influencia en grandes grupos de personas. Las ideas fanáticas están revestidas de ella, y está claro que las sociedades polarizadas difícilmente avanzan, ante la imposibilidad de consenso y, en contraste, el enfrentamiento permanente.
Desestimar o subestimar la capacidad de otras personas, otros grupos u otras organizaciones es un riesgo grande.
La multiplicidad de criterios, de puntos de vista y de percepciones es lo que enriquece a una nación; pretender que todos piensen de la misma manera, clasificar la realidad como si fuese una película en blanco y negro, no es la vía para promover una sociedad en incluyente y en paz.
¿En qué momento hemos caído en esta serie de monólogos en la que nos encontramos? ¿En qué parte de nuestra historia compartida dejamos de pensar en nosotros y no solamente en el yo egoísta? ¿Es que siempre ha sido así y hasta ahora es tan evidente gracias a los avances en las comunicaciones?
Cada quien, cual Narciso frente a su espejo de agua, se embelesa en aquellos que reflejan sus propias opiniones. “Los otros son malos, los buenos nos acompañan” es el mensaje, cuando evidentemente no es así.
La estrategia es ignorar, desacreditar, hacer que los demás repitan la versión propia de la realidad, cual cajas que producen eco.
Pero la arrogancia solamente nos hace tener defectos de percepción, nos convierte en seres ajenos y solitarios.
En el escenario actual, polarizado a pesar de los intentos por hacer ver que aquí no pasa nada y que la vida continúa sin problemas, bien vale tener precauciones y no contagiarse de arrogancia, que nubla la vista y no permite objetividad.
No solamente para la clase política, sino para toda la comunidad, en cada espacio donde nos desenvolvemos, hay que dejar espacio para la verdad compartida y dejar, aunque sea por un momento, la intención clara de querer convencer.
Que los otros crean lo que yo creo, que se den cuenta que están equivocados, que mis palabras se escuchen más fuerte, es la consecuencia de la arrogancia, cada quien emitiendo mensajes, sin saber si son oportunos y bien recibidos. Procuremos huir de ella, que nuestras palabras y acciones conduzcan a la paz indispensable y que lo único inamovible sea la ética.