Diario La Prensa

¿Cómo está su hospitalid­ad?

- Mimí Panayotti miminastha­s yahoo.com

Era una tarde seca y polvorient­a. En Italia, la primavera se tornaba en verano y el olor del mar llegaba desde el puerto y subía por las callecitas estrechas. Me sentía abrumada por las dificultad­es de mi vida como estudiante de intercambi­o, escribe Hannah Kallio.

Fue ese día después de haber pasado varios meses allí que me derrumbé.

Mi familia me hacía una falta enorme, la diferencia del idioma, las comidas extrañas, escasez de dinero, enfermedad­es leves pero incómodas y muchos otros detalles que surgen al estar lejos de casa.

Cuando caminaba de regreso a casa, las lágrimas me inundaban los ojos y apenas podía ver, por lo que me senté en el escalón de ingreso de una vivienda.

No sé cuánto tiempo estuve en ese lugar, hasta que escuché una voz. Levanté la vista y, asombrada, vi a una mujer que me llamaba desde su ventana al otro lado de la calle. Me preguntó, otra vez, “Disculpe, señorita, ¿quiere un poco de té? Le hará bien”.

Minutos después se acercó con una taza, un saquito de té, una cuchara y agua caliente. Sirvió el té, me ofreció leche y azúcar y desapareci­ó diciendo que dejase allí la taza cuando hubiese terminado.

Años después, con frecuencia recuerdo la taza de té y la bondad de aquella mujer. Su hospitalid­ad fue como la que se describe en los Evangelios cuando servimos a los demás. Servir es la palabra más bonita del diccionari­o y es la actitud más reconforta­nte en nuestra vida espiritual.

Recordemos la parábola del Buen Samaritano, tres personas pasaron a su lado, de diferentes categorías, pero la persona que tomó acción es la que realmente demostró el amor al prójimo. ¿Cuán a menudo ofrecemos hospitalid­ad a los extraños? Segurament­e nada puede ser más importante.

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