Sin sufrimiento no hay sabiduría
"cuando no hay dificultades ni espinas, el hombre tiende a encerrarse en sí mismo"
Por lo general no nos gusta hablar de sufrimiento, mucho menos padecerlo, y cuando lo experimentamos queremos deshacernos de él inmediatamente. Sin embargo, el sufrir nos hace personas maduras, sabias, preocupadas por el bien de los demás y nos da felicidad interior.
El que no ha sufrido se parece a una caña de bambú, no tiene meollo, no sabe nada. Un gran sufrimiento se parece a una tempestad que devasta y arrasa una amplia comarca; pero una vez que pasa el temporal, el paisaje luce calmo, sereno. Se oyen con frecuencia estos comentarios: “¡Cómo ha cambiado fulano¡”, “¡Cuánto ha madurado¡”, “Es que le ha tocado sufrir mucho”.
Cuando todo marcha bien, cuando no hay dificultades, ni espinas, el hombre tiende a encerrarse en sí mismo para saborear sus éxitos. Sus logros y satisfacciones lo sujetan a la tierra y le resultan como altas murallas que lo encierran en sí mismo sin darse cuenta de que esas murallas lo defienden, pero también lo encarcelan.
Cuandolaenfermedadolatribulaciónseenroscan
en la cintura del hombre, en ese momento, el atribulado llega a comprender que todo en la vida llega a ser como una vana quimera. SIN SUFRIMIENTO NO HAY SABIDURÍA, pero la tribulación le resulta tan amarga que el hombre no quiere saber nada de eso y vuelve la cara a otra parte.
Si te detienes un momento, miras atrás en tu vida y reflexionas un poco, descubrirás que tantos acontecimientos dolorosos de tu pasado que en un momento te parecieron desgracias; hoy, al cabo de diez años, estás comprobando que te han traído mucha bendición, desprendimiento y libertad interior. Al cabo de los años han resultado ser no desgracias, sino hechos providenciales en tu vida.
Por lo demás, solo el que ha sufrido puede conmoverse ante el dolor ajeno porque la experiencia del dolor deja, en quien sufre, la sensibilidad y la comprensión hacia los demás dolientes. El que tiene la experiencia del dolor siente, ante el sufrimiento ajeno, un estremecimiento del corazón, una inclinación de todo el ser hacia el que sufre. El que padece se compadece. (El arte de ser feliz).