Diario La Prensa

PADRE DEL UNIVERSITA­RIO ULTIMADO “Nada reprocho a Dios, pero a Edgar le faltaban metas que cumplir”

Uno de sus sueños era graduarse para ayudar a su padre con los estudios de sus hermanitas La Municipali­dad de Choloma decretó duelo en la comunidad

- Renán Martínez renan.martinez@laprensa.hn

CHOLOMA. “Esta va por vos que te apasionaba la velocidad y te nos adelantast­e esta vez y llegaste a la meta. Pero, tranquilo hermano que los piques aún los tenemos pendientes en la otra vida”. Así despedía Erick Hernández a su compañero de estudios Edgard Josué Obando durante el velatorio del joven a quien una bala contingenc­ial apagó el anhelo de convertirs­e en ingeniero agrónomo. “Tenía muchos sueños, uno de ellos era graduarse para trabajar y ayudar a su papá y sus dos hermanitas para que terminaran los estudios”, dijo su madre Mercedes Alcerro mientras estrujaba una cadena y un anillo de plata que fueron propiedad del infortunad­o.

Las alhajas se las había regalado el padre, quien se dedica al comercio, comentó la madre en la sala de la casa de una colonia de Choloma adonde se llevaban a cabo las exequias.

De esa casa salió como a las ocho y media de la mañana este miércoles para dirigirse a la Universida­d de San Pedro Sula, adonde lo esperaba la muerte. Comió panqueques que les hizo una amiga de la casa, pero antes de salir en el carro hacia la ciudad pasó dejando a su hermana Itza Valeria por su colegio en el sector de Trincheras. “Siempre íbamos a desayunar al mercado Guamilito, adonde pedía desayuno completo, pero eso sí, sin aguacate ni mantequill­a. Sin embargo, ese día nosotros (los compañeros de otras carreras) teníamos clases, por eso no fuimos”, dijo su amigo Ramsés Caballero.

Sabía cómo sacar una sonrisa

y una carcajada a todos con sus bromas y chistes, coincidier­on compañeros suyos que estuvieron en su velatorio. Pocos minutos antes de que la muerte lo sorprendie­ra dentro de su propio carro, encontró a su amiga Thania Rivas en los predios de la Universida­d luciendo unos enormes aretes. Al verla se sonrió y como siempre la invitó a desayunar, pero a la vez le pidió bromeando que se quitara “esos rines de carro”.

Al final quienes decidieron acompañarl­o fueron sus grandes amigos Henry Alexander Madrid y Jesús Mejía. Esperando a este último estaban cuando dentro del vehículo surgió el arma maldita en manos de Henry Alexander y se disparó, al parecer, sin la voluntad del muchacho.

Unos días antes, el estudiante de Ingeniería, como si presintier­a la muerte, le expresaba efusivamen­te a su padre Edgar Geovany Obando, mientras lo abrazaba, que se sentía muy orgulloso de él y que si volviera a nacer volvería a buscar al mismo papá.

El padre lo recordaba así llorando sobre el féretro: “Aquí se va mi vida, pero también mi esfuerzo y mi trabajo”. No le reprocho nada a Dios, pero simplement­e no era el momento, pues faltaban muchas metas que cumplir”.

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