Educación y pandemia
No cabe duda que uno de los sectores más golpeados por la pandemia, y esto a nivel global, ha sido el de la educación. La escuela, como se ha vivido e imaginado en los últimos siglos, ha resultado afectada, cuestionada y ha debido someterse a un profundo examen que la ha llevado a reconocer que no tenía todas las respuestas, ni todas las herramientas para enfrentar una crisis como la actual, y que algunos de sus paradigmas deben ser actualizados y adaptados a las nuevas circunstancias. Y, si esto es cierto en los países desarrollados, es mucho más real y urgente en aquellos que, como el nuestro, ya presentaba un notable desfase entre las exigencias del mundo actual y las competencias que las instituciones educativas estaban desarrollando en los alumnos de escuelas, colegios y universidades. Ante el confinamiento, como medida profiláctica para evitar los contagios, se pensó inmediatamente en la teledocencia, en la virtualización de la educación, como la primera medida para evitar que los educandos interrumpieran su proceso formativo. En efecto, esta medida ha venido a resolver, en parte, el desarrollo de planes y programas de estudio. Pero solo en parte. En Honduras, como en el resto de América Latina, poco más del 60% de la población tiene acceso a los medios tecnológicos indispensables para hacer posible esta modalidad pedagógica; hay un alto porcentaje de estudiantes de todos los niveles que no poseen una computadora o una “tablet”, ni los recursos para pagar el servicio de internet en su casa. De modo que muchos han descontinuado sus estudios, y no tendrán más remedio que esperar a que los centros educativos reabran sus puertas y puedan volver a las aulas. Y, por supuesto, que también hay docentes que no poseen la tecnología ni el entrenamiento necesario para guiar a sus alumnos por estos medios.
Cientos, miles de profesores son lo que se llaman “inmigrantes digitales” y presentan deficiencias en el manejo de las distintas plataformas usadas en lugar de los espacios pedagógicos hasta ahora habituales. Otro reto que la pandemia ha impuesto a los procesos formativos, en general, es la ausencia de un contacto humano, cálido, cercano, entre maestros y discípulos, entre profesores y alumnos. Ya se sabe que educar no es solo transmitir datos. Educar es, sobre todo, formar personas. Y la frialdad de una pantalla es innegable, nunca podrá sustituir la relación humana directa. Esta situación representa una dificultad mayor a la anterior. Porque si lo primero se resuelve con dinero, esto último exige creatividad e imaginación de parte de todos los docentes.