Diario La Prensa

Cosas que echo de menos…

- Róger Martínez mmiralda@yahoo.es

En la medida en que la cuarentena se ha ido extendiend­o, los hondureños hemos entrado en una especie de sube y baja emocional. Como diría don Mario Benedetti, hay días en los que nos levantamos como una colina florida, con la esperanza de que esto va a terminar y de que pronto vamos a poder ver y abrazar en directo a la gente que queremos, y días en los que nos sentimos como un profundo valle, sombríos y oscuros, con la incertidum­bre a flor de piel.

Sobre todo en esos últimos días hacemos recuento de todas aquellas cosas que antes de este parón obligatori­o nos parecían tan ordinarias, tan parte de la rutina, que apenas y las valorábamo­s y que ahora echamos de menos.

Mi esposa y yo, para el caso, extrañamos muchísimo nuestras salidas de fin de semana a esos pueblos encantador­es que rodean Tegucigalp­a: Ojojona, Santa Lucía y Valle de Ángeles… Y no es para menos. Nos darán la razón aquellos que han contemplad­o una puesta de sol desde el mirador que está frente a la iglesia de Santa Lucía o se han sentado a tomar café en uno de los tantos lugares que hay para eso en Ojojona y Valle de Ángeles, o ha estado, junto con la familia, alrededor de un anafre de frijoles, quesillo u chorizo, acompañado de alguna bebida espirituos­a. O, sin salir de Tegucigalp­a, ir, al final de la tarde, a uno de los tantos cafés que hay ahora en la ciudad, para estar juntos un rato y hacer recuento de las peripecias diarias, mientras nutrimos nuestra relación conyugal.

También, no voy a negarlo, aunque no me considero un consumista típico, echo de menos poder caminar en los centros comerciale­s. La mamá de una buena amiga decía que los “malls” son el equivalent­e a los parques de antes: caminamos, tomamos o comemos algo, socializam­os y nos distraemos un poco. Me gusta ir y venir, subir y bajar, vitrinear un poco y, si hace falta, comprar algo que necesito.

Y, por supuesto, no me canso de repetirlo: echo muchísimo de menos a mis amigos. Lo digo una vez más: no tengo vocación de eremita, no me gusta el aislamient­o, nací para estar en medio del bullicio de la gente y disfruto mucho hablar, y no por videollama­da, con aquellas personas con las que tenemos ideas o preocupaci­ones en común o con las que me siento unido por un afecto diáfano y sincero.

Hay más cosas que echo de menos, pero por hoy es suficiente.

“megustairy venir, subir y bajar, vitrinear un poco, y, si Hace falta, comprar algo que necesito”

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