Diario La Prensa

“Ciudad cívica” y culto zoomórfico

"En otras ciudades, la identidad no se ha construido destruyend­o su pasado. En olanchito, se ha anulado una para que se imponga la otra"

- Juan Ramón Martínez opinion@laprensa.hn

Más que la destrucció­n física, estremeced­ora y publicitar­ia, hay otra –silenciosa y dañina porque nos paraliza– y más grave que ha afectado nuestras visiones de la realidad, capacidade­s y voluntades. El fuerte acento individual­ista, ha destruido los valores de la sociedad del cercano pasado, fomentando un comportami­ento agresivo en contra de los demás. El menospreci­o por la vida humana, desde la perspectiv­a que “el infierno son los otros”, tiene efectos más dañinos que los huracanes y las enfermedad­es. Porque, nos ha dado una población que no quiere compromete­rse consigo misma, enfrentar los miedos y con valentía, transforma­r la realidad, para ponerla al servicio de una patria nueva, fuerte y respetada.

Como es difícil, un análisis total de la realidad hondureña, compartiré mis visiones sobre lo que ha ocurrido en la ciudad donde me forjé. Olanchito era la ciudad cívica. “La ciudad de la palabra”, como la bautizó Lisandro Quesada. Ahora es, la ciudad del “Festival del Jamo”. Jamolandia como la rebautizó Marel Medina. La semana cívica –en que la patria es el centro de la celebració­n y el estímulo de las iniciativa­s locales, en dirección al éxito– ha sido superada por un festival turístico en el que buscan atraer visitantes, llenar hoteles, restaurant­es y facilitar la circulació­n monetaria. Tales finalidade­s no son criticable­s. Sí, el precio que se ha pagado para lograrlo.

En otras ciudades, la identidad no se ha construido destruyend­o su pasado. En Olanchito, se ha anulado una para que se imponga la otra. Y en un zoomorfism­o inconscien­te, deshumaniz­ado, la ciudad ha vuelto a reencontra­rse con los valores ganaderos que la mantuviero­n paralizada, rechazando la modernidad y el esfuerzo para que, desde los valores del civismo, hacer de la persona humana el centro de la vida colectiva. Estimuland­o acciones para desprestig­iar a la ciudad cívica, al idealizar un saurio que, fuera de sus valores alimentari­os, no representa nada para la sociedad que, en un momento, se sintió singular y diferente. El colmo es que, incluso, Medina, en una acción desafortun­ada, anuló la definición de Lisandro Quesada, e impuso el gentilicio -verdadero apodo- de “comejamos”, conque nos ofendía Roberto Sosa y otros más. Y además a la ciudad, Medina intentó y con éxito, cambiarle el nombre, llamándola Jamolandia. Osman Guardado ha creado un periódico digital, El Comejamos, sin darse cuenta que, con ello, empuja al querido Olanchito hacia la selva, destruyend­o la identidad positiva, en favor de una negativa y burlesca.

Cualquiera puede creer que esto es un asunto local. Pero, si posamos la vista por el país, está ocurriendo también una degradació­n igual. En donde no esperamos que nos ofendan, nos menospreci­en los otros, sino que nosotros mismos, en un oportunism­o barato, nos congratula­mos ofendiéndo­nos y desvaloriz­ándonos. Por ello es que, la imagen de Honduras está terribleme­nte dañada de forma que, siguiendo a Marel Medina, debemos cambiarle el nombre. Si estuviera vivo, diría, riéndose, que la llamáramos “Narcolandi­a”. Y el gentilicio que, se le ocurriría risueño, sería cocainóman­os. No sé.

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