salvemos al valle “los huracanes solo me han dejado con la ropita que ando puesta”
Desde el Francelia hasta Eta y Iota, Esteban Elvir e Israel Guzmán comparten sus historias de supervivencia y el reclamo por la desidia de las autoridades
PUERTO CORTÉS. Israel Guzmán tenía 23 años cuando el huracán Fifí, con toda su fuerza descomunal, azotó principalmente la zona norte de Honduras, incluyendo la aldea Robles, en Baracoa, donde el ahora padre y abuelo de 70 años ha desarrollado toda su vida adulta.
De esa tragedia, al igual que los desastres naturales que ocurrieron décadas después, Guzmán solo tiene recuerdos y su casa de madera. “Cuando me voy (debido a las inundaciones) no me gusta llevarme bojotes (bultos mal amarrados). Solo salgo con la ropita que ando puesta”.
Cerca de un mes después de Eta y Iota regresó a su vivienda y apoyado de sus hijas, amistades en la aldea y ayudas de organizaciones como Hábitat para la Humanidad ha logrado poco a poco retomar la rutina.
Pero contrario a otros tiempos, su salud está pasándole factura. En su pierna derecha tiene sarcomas, los cuales, según le dijo un médico en el Catarino -el único que ha consultado y solo esa vez-, eran inicio de cáncer. “Tengo como cinco años de no trabajar. Si yo paso aquí porque el aire es gratis”.
Viudo desde hace más de 20 años, hoy en día prácticamente sobrevive gracias a sus amistades y familia que le convidan tiempos de comida y le regalan lempiras con los que compra pastillas en la pulpería, que, según él, le calman el dolor producto de los tumores.
Entre esa relativa calma después de la tormenta, Israel está seguro de que las inundaciones pueden repetirse y, esta vez, más pronto de lo que esperan. “Si no arreglan esos bordos, que quedaron todos deteriorados y rotos, pasará lo mismo. Aquí el problema es que las autoridades se ponen a arreglar cuando ya miran el agua y hacen trabajos que no sirven”, denuncia. El bordo que rodea la aldea fue construido en tiempos del presidente Roberto Suazo Córdova, alrededor de 1985. A raíz de los desastres del año pasado, sus pobladores están vulnerables, puesto que estas obras requieren pronto mantenimiento.
A unos pasos de su casa vive su amigo Juan Pineda (de 72 años), quien es viudo desde hace casi tres años y aún sufre las secuelas de un derrame. Se expresa con dificultad, pero el dolor de su mirada habla por sí mismo. Parte de sus recuerdos y de su vivienda resultaron arrastradas por el agua de las inundaciones. Al igual que el resto de los vecinos de la aldea aún sigue luchando por volver a levantarse.
Sueño costeño. Esteban Elvir (de 87 años) dejó su natal Choluteca para irse a vivir a la zona norte en 1950, cuando los campos bananeros estaban en su apogeo.
“De por sí en el sur siempre ha sido crítica la vida, entonces uno venía de allá buscando mejores condiciones y salarios. La bulla de la costa era como decir ahora que nos vamos para Estados Unidos. Tenía 17 años cuando vine, aquí me terminé de criar y aquí me hice viejo”.
En su pueblo ganaba 36 centavos al día y en las bananeras hacía 3.20 lempiras. “Era una gran mejora, pero con los años se fue sintiendo la realidad de lo que significaban las bananeras y su explotación. Fue cuando empezamos a sentir la represión. No nos pagaban prestaciones, feriados, ni seguro, al contrario, en caso de accidente nos descontaban para hospital”.
Ese mismo momento histórico despertó en Esteban, entonces analfabeto, la curiosidad de leer y aprender. Desde entonces tiene su pequeña biblioteca, de la cual algunos libros los ha podido rescatar mientras se pone a salvo de las tormentas y los huracanes que ha vivido.
“Me acuerdo del Francelia (1969) porque vivía en La Lima, y no digamos del Fifí (1974). Los recuerdos más dolorosos que tengo es que las autoridades se aprovechaban de las tragedias de uno y se robaban las donaciones que hacen los países. Esa ha sido la historia de siempre”.
Esteban considera que los tomadores de decisiones deben aprender de las experiencias para al menos menguar el sufrimiento de los pobladores en las zonas afectadas. “Sabemos que habrá llenas y deberíamos de tener un fondo exclusivo para estos momentos, pero aquí no tenemos nada. En mi caso, tengo una tierra para sembrar, pero no tengo pisto ni semillas, ¿qué nos espera? A saber cómo vamos a seguir viviendo, Gobierno y municipalidad no se han visto”. UNIDAD DE DATOS E INVESTIGACIÓN