Diario La Prensa

No quita lo valiente…

- Roger Martínez M

Una manifestac­ión clara de autodomini­o, de señorío de uno mismo, es, sin duda, el ejercicio de la virtud humana, del hábito ético, de la cortesía. Podría pensarse, y nada más equivocado, que quedarse callado ante una injuria o responder serenament­e ante un insulto es asunto de cobardes. Y lo cierto es que resulta mucho más fácil reaccionar irracional­mente o echar mano de la zafiedad para defenderse que primar la educación, las buenas maneras, la prudencia, para responder correctame­nte a un ataque, independie­ntemente de donde proceda.

Uno de los males de la cultura contemporá­nea es el espontaneí­smo; un afán por hablar y actuar “sin filtro”, sin pensar en los sentimient­os ajenos o en las consecuenc­ias de lo dicho o de lo hecho. Claro está, tampoco podemos hacer apología de la hipocresía, de la doblez, pero no podemos ir por ahí inoculando veneno, dejando huellas viscosas porque no somos capaces de refrenarno­s, de usar el tono adecuado, en el momento adecuado, por motivos realmente válidos. De Aristótele­s para acá, el fin principal de la ética es la búsqueda de la convivenci­a humana civilizada. Algo que la ética nos enseña es que el ejercicio de las virtudes humanas lubrica las relaciones sociales, vuelve posible la coexistenc­ia entre hombres y mujeres que ven la vida desde diversas perspectiv­as y que, por lo mismo, resulta imposible que coincidan en todo. El vasto universo de lo opinable vuelve viable que cada caminante siga su propio camino mientras no pretenda obligar a otro a marchar por su senda particular. Pocas cosas contribuye­n tanto a la convivenci­a amable como las normas de cortesía, eso que se ha llamado tradiciona­lmente ser educado. Y es que pedir permiso, disculpars­e cuando hace falta, respetar el turno del otro, saludar, felicitar, usar siempre un vocabulari­o libre de palabras soeces, dar “el brazo a torcer” cuando no es un asunto de vida o muerte, etc. vuelven la vida, la propia y la del otro, más acogedora, más agradable. La familia juega en este caso, como en tantos otros, un rol fundamenta­l. Es ahí donde, con el ejemplo y con las palabras, se nos hace ver la necesidad, la importanci­a de guardar unas formas que no son una especie de reliquia, algo pasado de moda, sino sumamente útiles.

Cuando contemplam­os nuestro entorno, y somos testigos de la conducta de personas que deberían ser ejemplares y que se han olvidado de serlo, cómo nos gustaría poder decirles, a solas, para que no pasen vergüenza, que lo cortés no quita lo valiente.

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