Diario La Prensa

Saber “perder el tiempo”

- Roger Martínez OPINION@LAPRENSA.HN

Siempre he dicho, y escrito, que es un verdadero crimen eso de “matar el tiempo”; que, más bien, hay que procurar sacarle el jugo, morir con las botas puestas y mantenerse ocupado. Pero también he insistido en que hay que saber dedicar tiempo a las cosas importante­s. Y el trabajo es importante, por supuesto; hay que ganarse el pan honradamen­te, y eso implica poner todas las potencias en la actividad laboral, meter la cabeza y el corazón en todo lo que llevemos entre manos, cuidar lo que hacemos hasta en sus últimos detalles, convertir nuestra labor en algo realmente trascenden­te. Igual debemos proceder con nuestras obligacion­es ciudadanas, con todo aquello que forma parte de la vida ordinaria de cualquier mortal.

Sin embargo, justamente porque el tiempo es un bien siempre escaso; porque se nos escurre como el agua cuando la queremos aprisionar con las puras manos; porque los día y las estaciones se suceden inexorable­mente, es que debemos caer en cuenta que estamos obligados a saber “perder el tiempo”. Y lo pongo entre comillas porque cuando nos dedicamos a lo que ahora enumeraré, nunca es perderlo sino, todo lo contrario, aprovechar­lo de la mejor manera, exprimirlo con mayor sabiduría.

Hablo del tiempo dedicado, por ejemplo, a la familia. Resulta que el mejor negocio que tenemos entre manos;

“VIVIMOS DEMASIADO A LA CARRERA. AHORA QUE SE HABLA DE ‘SLOW FOOD’, PARA HACER CONTRASTE CON LA COMIDA RÁPIDA, ES TIEMPO DE FRENAR...”

la relación conyugal y la crianza de los hijos, es el que suele sufrir con mayor frecuencia nuestras prisas y atropellam­ientos. A veces salimos muy temprano y regresamos muy tarde. Y, al final de día, asoleados, cansados, preocupado­s, no tenemos el mejor talante; ni la mejor cara ni el mejor humor. Para las cosas importante­s siempre se puede hacer tiempo, defenderlo celosament­e. De modo que, responsabl­emente, cumplamos con aquella, o aquel, al que hemos jurado fidelidad ante un altar, y con aquellos a los que hemos traído al mundo sin que nos lo hayan pedido. Están también, por supuesto, los amigos. Esas almas gemelas cuyo cariño debemos cultivar cuidadosam­ente y a tiempo. Nunca será tiempo perdido un buen rato de tertulia, un buen vino compartido, unas confidenci­as bien recibidas, unas miradas que denotan complicida­d, unas carcajadas que resultan medicinale­s.

Vivimos demasiado a la carrera. Ahora que se habla de “slow food”, para hacer contraste con la comida rápida, es tiempo de frenar, de serenarnos, de disfrutar los pequeños placeres que la vida nos presenta y que tantas veces, por la misma prisa, ni siquiera percibimos. Una película en familia, una conversaci­ón relajada, una caminata mientras se platica de lo humano y de lo divino, nos hacen darnos cuenta que nuestra existencia tiene sentido.

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