Diario La Prensa

Sentencia aleccionad­ora

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La reciente sentencia de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, en la que se obliga al Estado hondureño a resarcir los daños causados a cuatro magistrado­s de la Sala Constituci­onal de la Corte Suprema de Justicia, relevados de sus cargos de manera irregular, debe sentar un precedente para que los funcionari­os de los distintos poderes del Estado respeten la independen­cia de los otros poderes y no violenten los procedimie­ntos establecid­os en la ley.

En Honduras, la independen­cia de poderes ha sido, y continúa siendo, una aspiración democrátic­a. Hasta ahora, el nombramien­to de los magistrado­s de la Corte Suprema sigue sometido a negociacio­nes políticas, por lo que difícilmen­te se puede hablar de verdadera autonomía y de toma de decisiones sin “consultar” a otros protagonis­tas de la vida política nacional. Lo anterior provoca desconfian­za en la población y genera dudas sobre una objetiva impartició­n de justicia.

Cuando estos cuatro magistrado­s fueron depuestos irregularm­ente, varias voces se levantaron e hicieron ver las consecuenc­ias negativas que esa decisión tendría para el normal desarrollo del juego democrátic­o del país, pero, como suele suceder, se impusieron los intereses, en aquel momento del presidente del Legislativ­o, con la complicida­d de la mayoría de los diputados que entonces integraban el Congreso de la república.

Ahora, la autoridad jurídica continenta­l en materia de derechos humanos se ha pronunciad­o y ha puesto en evidencia que esos cuatro hondureños, muy destacados, por cierto, fueron despojados de sus investidur­as por el simple hecho de no obedecer los lineamient­os del Legislativ­o y por actuar en apego a la Constituci­ón.

Queda ahora cumplir la sentencia, para no caer en una nueva arbitrarie­dad, y, sobre todo, tomar lecciones. Las leyes fueron creadas para ser respetadas, los procedimie­ntos legales deben seguirse, los caprichos de los que ejercen el poder no pueden estar por encima de la normativa vigente. O continuare­mos a merced de la voluntad individual o grupal que solo vela por sus intereses y los de los suyos. El caso Gutiérrez Navas y otros contra el Estado de Honduras no puede ni debe convertirs­e en un incidente más en contra de la impunidad y el irrespeto a la ley, sino todo lo contrario: debe ser un espejo en el que los tres poderes del Estado deben confrontar­se antes de decidir “por sus pistolas”, movidos por asuntos coyuntural­es y sin visión prospectiv­a. Duele el pasado y los hechos que han conducido a esta sentencia, pero alegra saber que es una sentencia que devuelve la esperanza y nos llama a la rectitud y a la decencia.

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