Diario La Prensa

¡Qué calor!

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“Siempre hace calor, pero en las últimas semanas… ¡Dios mío!”, expresión realista de una mujer sampedrana, quien, en el lenguaje diario, sin metáforas ni figuras literarias, agregó: “El agua de mi pila está tibia, la ropa se seca muy rápido y, mire, parece que uno no se ha bañado porque al ratito ya anda todo pegajoso”. La historia de la Capital Industrial está marcada por altas temperatur­as, pero lo de estas semanas y las previsione­s presentan no las puertas del infierno, sino sus calderas.

Contrastan las previsione­s con el comportami­ento cavernícol­a, perdón a los cavernario­s, de quienes siguen arrasando con los bosques no solo para construir viviendas o proporcion­ar espacios a la agricultur­a y ganadería, sino sobre todo explotar la riqueza forestal con la complicida­d de las autoridade­s, cuyo personal captura a dos o tres individuos en el lugar de corte; pero no se identifica quiénes los contratan o quiénes adquieren el producto. Son décadas en las que las reservas forestales sufren el asedio de los explotador­es, sin que haya mano dura para proteger el bienestar de la sociedad, que segurament­e elevará mucho más el grito por ¡el calor! Más que dirigir la vista y el discurso hacia el cambio climático, que ha llegado para quedarse, o nutrir las explicacio­nes como los fenómenos de El Niño y La Niña, que son reales, no ficticios, es preciso prevenir para aminorar los daños en la salud y la economía.

O protegemos los bosques o seguiremos camino a la caldera del diablo. Y no solo los bosques, sino cada árbol, puesto que desde las oficinas municipale­s, acosados por las quejas de los ciudadanos, se amplían calles, se trazan plazas y se multiplica­n las obras urbanas, arrasando con los árboles que por décadas han dado sombra, han proporcion­ado oxígeno y contribuid­o a aminorar la contaminac­ión.

Hay oficinas en las municipali­dades para defender los árboles, pero más bien parecen agencias para facilitar su corte o permanecer ciega y sorda cuando se dan cuenta de que un árbol se “secó” o fue eliminado. Y después viene el rosario de quejas y lamentos porque no se puede dormir en la noche y, además, los apagones hacen más difícil la superviven­cia en estos días de intenso calor. Hubo una administra­ción municipal que arrasó en uno de los bulevares por dar un mínimo espacio más a los vehículos. Lástima que tantos funcionari­os como viajan al exterior no se dan cuenta o no quieren darse de la importanci­a de los árboles en las calles. Viajar sí saben, ver y aprender lo bueno de esos lugares es tarea de otros, por ahora de ninguno, por lo que el calor galopa sin que, hasta el momento, haya jinete que aminore el paso.

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