NOTAS DE LA EDITORA
Cecilia Córdoba
Cinturones ajustados, vista al frente y foco en el contexto. El 2017 comenzó a rodar y todo indica que será un año, cuanto menos, “inquieto”. Hagamos un repaso. Economía doméstica. De acuerdo a las proyecciones más actualizadas del Banco Mundial, la región crecerá este año un 3,7% promedio, unos centésimos menos que el año anterior (fue de 4,2%). Panamá seguirá liderando el crecimiento centroamericano, aunque con un desempeño muy alejado de sus mejores años; en efecto crecerá algo más del 5%, cuando en 2010 había llegado a una cima del 10%. Nicaragua es el otro país que tendrá una buena performance, con una evolución esperada del 4%. En tanto, para Costa Rica, el BM espera 3,9%; Honduras, 3,5% y Guatemala, 3,2%. El Salvador entra en zona de riesgo con un aumento del PIB de sólo el 1,9%.
Si se compara el crecimiento esperado en la región con el proyectado a escala global (2,7%), la fotografía sigue beneficiando al Istmo. Sin embargo, nadie debiera quedarse con esta única imagen. Es preciso analizar la película completa.
Al observarse la serie histórica de crecimiento de la región, lo que se percibe es que todos sus países entraron en una fase de reducción de la dinámica de desarrollo, cuando no en un estancamiento. Esto se convierte en un problema agravado si se consideran tres aspectos: 1) progresivo deterioro de la situación fiscal de los países (lo que inhibe la inversión pública y el gasto social); 2) agotamiento de la matriz productiva de sus economías (particularmente, de los países del Triángulo Norte) y 3) alta incertidumbre en el contexto internacional, con el inicio de la “era Trump” en los Estados Unidos.
EE.UU: ¿socio y amigo excluyente? Desde el 20 de enero, todos los GPS políticos, económicos y empresarios del mundo están orientados hacia la Casa Blanca. ¿El presidente Donald Trump empezará a ejecutar la agenda prometida? Si así fuera, la región debiera esperar dos impactos fuertes, de inmediato: deportaciones en masa y reducción de remesas por probables cargas impositivas que se aplicarían en el país del Norte, sobre estos envíos. Ambos hechos afectan al consumo interno regional y al delicado equilibrio social y de seguridad que se vive en sus países (sobre todo en Guatemala, Honduras y El Salvador).
Si se llegaran a cumplir las promesas de Trump, “las alternativas que quedan son dos”, advierte el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi): “La primera es asumir los costos de un modelo económico muy dependiente de esta economía (la de EE.UU.) y esperar a que, tarde o temprano, cambien los vientos. Mientras tanto, los gobiernos pueden conformarse con intentar avanzar hacia una mayor apertura comercial que satisfaga a algunos sectores empresariales”, describe Icefi y evalúa: “Esta es la alternativa más cómoda, quizá la más probable, aun cuando sea la que genera mayor incertidumbre y costos sociales”.
La segunda posibilidad, de acuerdo a esta fuente, es la más compleja. Implica “comenzar a advertir que Centroamérica, en el mundo actual, no debe continuar sujetando su éxito en función de lo que suceda en el exterior”. Por ello, el Icefi sugiere que “los gobiernos impulsen acciones conjuntas que estimulen la integración centroamericana tanto económica como social, con metas concretas para la transformación productiva, el crecimiento endógeno y la generación de empleo, al tiempo en que se implementa un piso de protección social que asegure un apoyo mínimo para todos los hogares, evitando así la migración y el desencanto con la democracia”.
Vale decir, el Icefi advierte que es la hora de las políticas públicas de fondo, a escala nacional, y trascendentes a nivel intraregional.
Lo que habría que entender es que si no se avanza en el camino de esas políticas públicas, lo que está en juego no son algunos centésimos más o menos de crecimiento. En el mundo actual, para Centroamérica implicaría poner en riesgo su cohesión social, la estabilidad y credibilidad de sus instituciones, y al final, la fortaleza de sus democracias