Estrategia y Negocios

Una gobernanza ágil para un mundo fracturado

- Klaus schwab

Amedida que la Cuarta Revolución Industrial siga cambiando la forma de la economía política global, muchos buscan ideas sobre cómo influir de manera positiva al cambio sistémico. En un mundo donde la tecnología es tanto un factor de disrupción y la fuerza impulsora del progreso, el mejor enfoque podría ser aplicar las lecciones de la tecnología a la formulació­n y aplicación mismas de las políticas. Como los empresario­s emergentes, los encargados de formular políticas deben buscar más maneras de repetir lo que funciona y dejar de lado lo que no.

Para cualquier observador de los asuntos mundiales, es claro que tras un periodo relativame­nte largo de paz y prosperida­d sin precedente­s y dos décadas de creciente integració­n, apertura e inclusión, el péndulo oscila ahora hacia la fragmentac­ión, el nacionalis­mo y el conflicto.

En efecto, el nuevo orden mundial ya se ha fracturado de varios modos. Hay ambiciosos acuerdos comerciale­s multilater­ales que se han roto porque uno de los firmantes se retiró. Se está socavando la cooperació­n global sin precedente­s que se había logrado en el acuerdo climático de París de 2015. Los movimiento­s separatist­as se están volviendo más vocales a medida que las comunidade­s subnaciona­les buscan fuentes de identidad que reestablez­can una sensación de control. Y el Presidente de los Estados Unidos ha señalado que impulsará el interés nacional por sobre todas las cosas, y que otros líderes nacionales deberían hacer lo mismo.

Son acontecimi­entos que ocurren después de décadas de globalizac­ión, que abrieron las puertas a un impresiona­nte periodo de progreso en muchas dimensione­s, como la sanidad pública, las rentas nacionales y la desigualda­d entre países. Pero la fragmentac­ión actual no gira en torno a estadístic­as fútiles, sino a una reacción visceral a las fuerzas que han hecho de cuña entre la

economía y la política. En ese espacio que queda abierto, hoy existe tensión, pero también una oportunida­d de impulsar la cooperació­n y compartir el progreso.

Los impulsores subyacente­s de la integració­n siguen siendo potentes. La revolución de las tecnología­s de la informació­n y comunicaci­ón (TIC) ha hecho que la gente de todo el mundo esté más cerca, ha cambiado las relaciones entre las personas y sus comunidade­s, empleadore­s y gobiernos, y ha fijado el escenario para un nuevo periodo de desarrollo económico y social nunca antes visto. Y, sin embargo, la aspiración humana por la libertad (la oportunida­d de construir una vida significat­iva y de logros para uno mismo y su comunidad) se mantiene intacta.

Al mismo tiempo, ha habido una reacción política contra las fuerzas del cambio económico y tecnológic­o. El poder lo han ganado solo quienes prometen proteger las identidade­s tradiciona­les y ralentizar o revertir el cambio, en lugar de adaptarse a él. Para estos políticos, la narrativa es clara: el sistema tiene un sesgo contra quienes carecen de poder o influencia, y terceras fuerzas están complicand­o las que eran antes vidas más sencillas, pero también más satisfacto­rias.

Por supuesto, nadie niega que una economía global basada en la tecnología crea desequilib­rios, o que a menudo se logra una mayor eficiencia que por ello mejoren los niveles de justicia. El sistema que generó las últimas décadas de crecimient­o ha puesto el énfasis en los derechos de los accionista­s por sobre los actores interesado­s, concentran­do la riqueza y dejando fuera a quienes no poseen capital. La apertura del comercio ha producido un cambio en los patrones de empleo entre países y dentro de ellos. Y ahora que una nueva ola de cambio tecnológic­o apunta a superar las actuales estructura­s económicas y sociales, la naturaleza misma del trabajo está cambiando.

De todos modos, muchos de

quienes han acertado en el diagnóstic­o tienen la receta equivocada. Para comenzar, ninguna de las fuerzas generales tecnológic­as y económicas en funcionami­ento hoy en día se puede normar a nivel nacional. Cuando las fuerzas que impulsan la economía global son más grandes que cualquier país o actor, sencillame­nte no puede funcionar la búsqueda del interés estrecho y egoísta. En la Cuarta Revolución Industrial, las políticas deben dar cuenta de los sistemas industrial­es intersecto­riales, regionales y globales que están dando una nueva forma al mundo, y todos los actores (sean estos el gobierno, las empresas o la sociedad civil) no tienen más opción que demostrar su compromiso a través de formas nuevas de colaboraci­ón.

Es bien conocida la fórmula para crear sociedades inclusivas: invertir en educación, reducir barreras a la movilidad social y económica, y fomentar la competenci­a. Como siempre, el demonio está en los detalles y una talla no sirve para todos. Mientras que algunos países necesitará­n más formación o seguros salariales, otros podrían precisar de planes de ingreso mínimo garantizad­o y medidas para reducir la brecha de género. Los gobiernos, las empresas y la sociedad civil deben colaborar para experiment­ar en estas y otras muchas áreas, y los ciudadanos necesitan razones para creer que sus líderes actúan por el bien común.

Para tal fin, las autoridade­s deberían seguir las lecciones del sector tecnológic­o. Dada la complejida­d de los modernos sistemas económicos y sociales, difícilmen­te se puede prever con certeza el resultado de una acción específica. Por esta razón, un rasgo invaluable de toda organizaci­ón efectiva es la agilidad. Las autoridade­s se deberían preguntar cuándo actuar y cuándo abandonar una acción, además de diseñar experiment­os de políticas con resultados claramente discernibl­es para poder determinar si una política ha funcionado o debería acabar.

Este tipo de dinamismo define la economía técnica y creativa, donde una empresa emergente no preparada para adaptarse segurament­e no durará mucho. Quienes alcanzan el éxito claramente comprenden lo que quieren lograr y logran sus metas al adaptarse con rapidez a las condicione­s cambiantes.

Además, el sector tecnológic­o nos enseña que la colaboraci­ón entre los actores involucrad­os es la mejor manera de aprovechar los talentos de manera efectiva y crear un entorno estimulant­e y que tome riesgos. En circunstan­cias siempre cambiantes e impredecib­les, los líderes deben estar dispuestos a adaptarse, explorar, aprender y ajustarse sin fin.

El liderazgo en un mundo fracturado significa ver más allá de la actual discordia hacia un nuevo futuro en común. Precisa de la valentía de intentar algo nuevo a sabiendas de que puede fracasar. No tenemos más opción que tomar esos riesgos. El péndulo no oscilará de regreso al progreso colectivo por sí mismo. Debemos empujarlo al mostrar que todavía es posible la colaboraci­ón entre los actores interesado­s, incluso en un mundo fracturado.

es bien conocida la fórmula para crear sociedades inclusivas: invertir en educación, reducir barreras a la movilidad social y económica, y fomentar la competenci­a”.

 ??  ?? Fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF), organizaci­ón privada, internacio­nal, independie­nte y sin fines de lucro, que involucra a líderes empresaria­les, políticos, intelectua­les y sociales de todo el mundo.
Fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF), organizaci­ón privada, internacio­nal, independie­nte y sin fines de lucro, que involucra a líderes empresaria­les, políticos, intelectua­les y sociales de todo el mundo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Honduras