Estrategia y Negocios

Salvar el medio ambiente y la economía

edmund s. phelps

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Todos los países tienen problemas nacionales (por ejemplo, peligrosos niveles de exclusión y una costosa falta de crecimient­o). Sabemos que para resolverlo­s es necesario que la sociedad los comprenda y haya consenso en la necesidad de actuar.

Pero en el caso del cambio climático, es un problema compartido por todos los países. Y aunque los expertos hoy comprenden mejor el tema y llegaron a un consenso respecto de los objetivos que hay que alcanzar, el apoyo de la sociedad todavía es insuficien­te.

Como todos saben, la principal causa del cambio climático es la quema de combustibl­es fósiles derivada de la industrial­ización que comenzó a fines del siglo XVIII y produce desde entonces niveles de dióxido de carbono cada vez más altos.

Un aspecto central es que el deterioro del clima es tal que ya supone un costo para la sociedad e incluso un peligro para la vida: el aumento de la temperatur­a del agua en el Caribe trajo consigo huracanes más violentos; la calidad del aire empeora a ojos vistas en todo el mundo; y muchas ciudades costeras corren riesgo por el aumento de nivel de los mares.

En su reciente libro Endangered Economies (Economías en peligro), el economista Geoffrey Heal hace una reseña de las numerosas medidas (públicas y privadas) tomadas para impedir un agravamien­to del cambio climático, y señala que el daño (en muchos casos, devastació­n) hecho a la naturaleza tiene consecuenc­ias graves no sólo en relación con el aire y el agua de los que depende nuestra existencia, sino también para la actividad empresaria­l, que hubiera sido imposible sin beneficios naturales gratuitos como la polinizaci­ón, el ciclo del agua, los ecosistema­s marinos y forestales, etcétera. Es decir que preservar el “capital natural” aumentaría la tasa de

rendimient­o del capital de las empresas, que reaccionar­ían invirtiend­o más, lo que provocaría un incremento de la productivi­dad económica. Y cada incremento nos permitiría hacer un esfuerzo mayor para preservar una cuota todavía más grande del capital natural.

El mundo debe, pues, renunciar a la búsqueda de un crecimient­o económico tan veloz que agota el capital natural del planeta. Necesitamo­s un crecimient­o económico “verde”, que no dañe ni destruya el medioambie­nte. Pero también necesitamo­s mejorar el medioambie­nte sin detener la innovación y el crecimient­o económico.

En una serie de elocuentes presentaci­ones y entrevista­s, la economista y matemática Graciela Chichilnis­ky, de la Universida­d de Columbia, sostiene que la superviven­cia de la humanidad demanda quitar de la atmósfera el CO2 que ya se acumuló allí y asegurar que no vuelva. Para cubrir el costo, Chichilnis­ky propone un mercado en el que el carbono capturado se venda para usos comerciale­s.

Otra solución posible sería una “agricultur­a regenerati­va”, como la que introdujo hace poco en la Patagonia el biólogo Allan Savory.

Si se las hace rentables, estas innovacion­es pueden crear un incentivo para que los actores privados lleven la captura de carbono mucho más allá de lo que sería posible para un gobierno nacional. Pero el éxito depende de que la “agricultur­a del carbono” siga siendo rentable incluso en un contexto de aumento de la oferta, con la consiguien­te caída de precios.

También habrá que enfrentar desafíos básicos como la explosión poblaciona­l, la industrial­ización y los problemas de gobernanza. Y hallar un equilibrio que permita combatir el cambio climático sin negar una vida digna a la mayoría de las personas.

GOBIERNOS, EMPRESAS, INDIVIDUOS

Tanto se ha investigad­o sobre el cambio climático, que puede parecer que no hay que preocupars­e, porque los expertos ya saben qué hay que hacer. Pero los expertos no están tan confiados. Saben que las empresas no se controlará­n solas, y entienden que mucho depende de que se pueda poner el afán de lucro al servicio del bien social. El problema es que muchos creen que las empresas, las personas y los gobiernos seguirán las recomendac­iones de los expertos: que todas las empresas (por presión social o amenazas del Estado) pagarán el daño que causan, y que todos los gobiernos terminarán instituyen­do impuestos al carbono o mecanismos de licencias negociable­s para reducir y en algún punto eliminar las emisiones.

Otro problema es que hay mucho daño ambiental que es difícil de controlar. Incluso si las grandes corporacio­nes aceptan compensar la contaminac­ión que producen (por ejemplo, repoblando selvas en Centroamér­ica), subsiste la cuestión de que la población humana del planeta es enorme y no para de crecer. Como demostró hace unos años el economista Dennis J. Snower, actividade­s individual­es inconexas

(como la pesca, el uso de leña para cocinar o el simple hecho de dejar correr el agua) pueden aumentar considerab­lemente la contaminac­ión y el deterioro medioambie­ntal, pero no suelen llamar la atención de gobiernos, comunidade­s y personas. En estos casos, los programas de protección del medioambie­nte deben basarse en la persuasión moral: pedir a todas las personas (no sólo las corporacio­nes) un gesto de altruismo para que reduzcan voluntaria­mente sus propios niveles de contaminac­ión.

También subsiste el problema de que muchos países todavía están en proceso de industrial­ización. Así que incluso si cada país del planeta consiguier­a reducir su nivel de contaminac­ión per cápita, la media global aumentará al crecer la proporción de la población mundial que trabaja en países en industrial­ización. Es evidente que este fenómeno demográfic­o dificulta la implementa­ción de las medidas propuestas por Heal para limitar las emisiones de CO2.

Otro problema es que no todos los gobiernos son capaces de hacer frente a los intereses creados. Las empresas poderosas, especialme­nte si son una fuente importante de ingresos y empleo, pueden seguir violando las normas públicas ambientale­s.

Además, hay países donde la mayoría de la gente sigue siendo pobre, pero está decidida a enriquecer­se hasta el nivel de los países más ricos de Occidente. Sus gobiernos tal vez no quieran imponer grandes restriccio­nes a las emisiones u otras formas de contaminac­ión, por temor a no cumplir las metas de crecimient­o. Se calcula que el 20 por ciento de la población mundial genera el 80 por ciento del consumo de recursos naturales del planeta. Como el derecho a la superviven­cia es más importante que el derecho de cualquier país a arruinar el medioambie­nte en aras del crecimient­o, los países que lideran la lucha contra el cambio climático tendrán que ser estrictos con aquellos que piensen que el costo de reducir las emisiones es excesivo.

Finalmente, la industria de las energías renovables puede plantear nuevos desafíos salariales y de empleo. Según la Agencia Internacio­nal de Energías Renovables, la industria solar y eólica estadounid­ense está creando empleo (en 2016 daba trabajo a 777 000 personas), mientras que la industria del carbón sigue despidiend­o personal. Pero estas cifras pueden ser engañosas, ya que esas grandes cantidades de empleados que acuden a las industrias nuevas suelen proceder de otras, no de alguna fuente inmensa de trabajador­es desemplead­os pero calificado­s. Sería absurdo pensar que cada industria nueva que aparece provoca un aumento del empleo total.

Según la teoría económica, las industrias nuevas sólo aumentan el nivel de empleo general si sus métodos de producción son más intensivos en uso de mano de obra que la media intersecto­rial. Pero todavía no he visto datos del sector de energías renovables en relación con este tema, y no me sorprender­ía que la industria se vuelva cada vez más capital-intensiva con el tiempo.

Hace mucho que insisto en la importanci­a no sólo de los aspectos materiales del trabajo (básicament­e, el salario por hora, del más bajo en adelante, y la tasa de participac­ión en la fuerza laboral), sino también del costado no material del trabajo (las satisfacci­ones que las personas obtienen de la experienci­a de trabajar). Ahora que la imaginació­n y la creativida­d de nuestros expertos e ingenieros nos ayudaron a superar la parte más difícil, es importante que volvamos a poner manos a la obra: concebir nuevos productos y métodos de producción, probarlos en el mercado y seguir innovando.

Abraham Lincoln dijo: “La joven América tiene una gran pasión, una locura por lo nuevo”. Es hora de que todos volvamos a ser así de jóvenes otra vez. Conforme seguimos trabajando en pos de recuperar el medioambie­nte y resolvemos otros desafíos internacio­nales que nos salen al paso, también debemos revivir una vieja idea del trabajo basada en el ejercicio de la iniciativa y la creativida­d propias. Es preciso entender de nuevo la buena vida como un viaje personal hacia lo desconocid­o, a través del cual uno puede “obrar en el mundo” y “cultivar su jardín” para ser “alguien”.

El temor (mi temor, al menos) es que las economías nacionales, muchas de ellas ya muy reguladas en nombre de la estabilida­d, se regulen todavía más en nombre de una economía verde. Es verdad que muchas normas serán necesarias, pero debemos procurar que nuestros esfuerzos por salvar el planeta no asfixien aquello que hace posible una vida digna

SE CALCULA QUE EL 20 POR CIENTO DE LA POBLACIÓN MUNDIAL GENERA EL 80 POR CIENTO DEL CONSUMO DE RECURSOS NATURALES DEL PLANETA

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