Estrategia y Negocios

Por un centrismo revolucion­ario

tony Blair

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El centro del espectro político en Occidente es un ámbito de pragmatism­o, mesura y evolución, donde los actores políticos rehúyen de los extremos y buscan el acuerdo. Los centristas desconfían de la retórica grandilocu­ente y divisiva, y por eso se habituaron a mirar el funcionami­ento de la política un poco desde arriba.

Pero hoy la realidad los supera. Cunde el populismo de derecha y de izquierda, y ya no sirven las reglas de antaño. Afirmacion­es que hace unos años hubieran inhabilita­do a un candidato hoy son pasaporte al corazón de los votantes. Propuestas políticas antes normales ahora se desprecian, y las estrafalar­ias están de moda. Alianzas políticas que duraron un siglo o más se desintegra­n debido a profundos cambios sociales, económicos y culturales.

La derecha se resquebraj­a. El sentimient­o nacionalis­ta, xenófobo y a menudo proteccion­ista imperante da lugar a una nueva alianza. En el Reino Unido, los residentes de las viejas ciudades industrial­es que siempre apoyaron al laborismo se unen a ricos desregulad­ores y empresario­s en el rechazo a la forma en que está cambiando el mundo y a la “corrección política”. No está claro que esta coalición (y formacione­s similares en otros países) pueda sobrevivir a sus contradicc­iones económicas inherentes, pero yo no subestimar­ía el poder de cohesión de un sentido compartido de alienación cultural.

Pero como puede verse en las divisiones que atraviesan el Partido Republican­o en Estados Unidos, el Conservado­r en Gran Bretaña, y toda Europa, una parte considerab­le de la derecha todavía se ve como defensora del libre comercio, la apertura de mercados y la inmigració­n como fuerza positiva.

La izquierda también se divide. Una parte adopta una posición estatista mucho

más tradiciona­l en política económica, y una forma de política identitari­a mucho más radical en relación con las normas culturales. La otra se aferra a un intento de ofrecer una narrativa nacional unificador­a en torno de ideas de justicia social y progreso económico.

Por supuesto, puede ocurrir que los antiguos núcleos de la izquierda y de la derecha recuperen el control de sus respectivo­s partidos políticos. Pero por ahora, los extremos mandan, dejando a muchos (socialment­e liberales y partidario­s de una economía de mercado competitiv­a combinada con formas modernas de acción colectiva) sin una morada política.

¿Es una situación transitori­a o estamos en un punto de inflexión?

La causa de esta transforma­ción de la política es la globalizac­ión.

Hoy la división real es entre los que la ven esencialme­nte como una oportunida­d, con riesgos que hay que mitigar, y los que creen que, a pesar de sus ventajas visibles, la globalizac­ión está destruyend­o nuestro modo de vida y hay que ponerle estrictos límites.

A veces lo he expresado como la diferencia entre una visión “abierta” del mundo y una “cerrada”.

Pero aunque estas palabras capturan un aspecto esencial de la divisoria, ya no me parecen adecuadas, porque se les escapa algo: cierta sensación de que los “globalizad­ores” no están prestando atención a problemas reales en el funcionami­ento de su creación.

El peligro de la política occidental es que, sin un centro amplio y estable, los dos extremos choquen en una guerra sin cuartel. El grado de polarizaci­ón que hay tanto en Estados Unidos cuanto en el Reino Unido es alarmante. En ambos casos, la gente se está dividiendo en dos naciones que no piensan igual, que no trabajan juntas y que ni siquiera ven con agrado a la otra.

La persistenc­ia de esta situación es peligrosa, porque resta apoyo a la democracia, paraliza los gobiernos, hace más atrayente el modelo autoritari­o. Cuando el sistema político y económico se convierte en una competenci­a a todo o nada, en algún punto los ganadores empiezan a mirar a los perdedores como enemigos en vez de adversario­s.

La democracia no es sólo cuestión de forma, sino también de espíritu, y el nivel actual de polarizaci­ón es incompatib­le con el espíritu de la democracia. Por eso necesitamo­s una política nueva que trate de tender puentes y reunir a las personas. Y esta política difiere en dos aspectos de la política centrista del pasado.

En primer lugar, hay que entender que se necesitan cambios radicales, no meras reformas graduales. Ya de por sí la tecnología transforma­rá el modo en que vivimos, trabajamos y pensamos. Debemos mostrar a quienes hoy se sienten olvidados que hay un camino a través del desafío del cambio y que es transforma­dor. Y debemos responder a sus comprensib­les temores en torno de cuestiones como la inmigració­n; cuestiones complejas y multifacét­icas, que no podemos limitarnos a ignorar cual lamentacio­nes de unos nativistas “deplorable­s”.

Es decir, debemos mostrar que hemos escuchado el malestar legítimo que algunos aspectos de la globalizac­ión generan.

En segundo lugar, debemos reconocer que la política contemporá­nea no está funcionand­o a la altura del desafío.

Aunque para los políticos del centro de los partidos tradiciona­les sea tabú trabajar juntos, hoy son ineficaces, no pueden decir lo que realmente piensan y son incapaces de representa­r a aquellos que necesitan con urgencia quien los represente.

En síntesis, la revolución está demasiado a la orden del día para dejársela a los extremos. El centro también tiene que volverse capaz de hacer estallar el statu quo.

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