Dionisio Gutiérrez
Guatemala es una nación de gente buena, trabajadora y con deseos de salir adelante. Es un país con recursos naturales abundantes, con un potencial turístico extraordinario, con tierra fértil y generosa para la siembra y con una ubicación geográfica excepcional. ¿Por qué, entonces, tiene los últimos lugares con los peores índices sociales, económicos y políticos del continente? ¿Por qué la pobreza afecta a casi el 60% de los guatemaltecos desde hace décadas?
¿Por qué es el país que vive con la tragedia humana y la vergüenza de tener la desnutrición crónica más alta de América Latina? ¿Por qué su economía no crece lo suficiente y apenas alcanza para el 50% de la población?
¿Por qué tiene un Estado con instituciones débiles, disfuncionales y en demasiados casos capturadas por el crimen organizado?
El verdadero problema de Guatemala es subdesarrollo político.
Las expresiones del subdesarrollo político se manifiestan cuando una nación tiene políticos incompetentes y corruptos que llegan al poder para robar, élites cómplices o indiferentes y ciudadanos que por miedo o resignación decidieron callar.
Hay suficientes estudios que ratifican que la pobreza y el subdesarrollo de los pueblos tienen como causas principales la corrupción y la decadencia de sus dirigentes.
Por eso, cabe preguntar: ¿Es el problema de Guatemala la CICIG o es tan solo una de las tantas deformaciones y consecuencias que provoca un país tan mal gobernado?
La famosa CICIG es la expresión del escaso respeto que tiene la comunidad internacional por Guatemala. La ven como un país ingobernable, con políticos deshonestos e incapaces y elites egoístas y encubridoras.
Para Guatemala es una vergüenza ser el único país del mundo en el que se instaló una comisión internacional para investigar la captura del Estado por bandas criminales. Una comisión para combatir la corrupción y la impunidad. Una comisión formada por extranjeros para proteger a unos grupos de guatemaltecos de otros grupos de guatemaltecos. Algo está muy mal en ese país.
¿Qué ha hecho el gobierno desde hace 12 años, cuando llego la CICIG a Guatemala, para fortalecer su sistema de justicia y perfeccionar sus fuerzas de seguridad para poder prescindir de la intervención internacional?
¿Acaso los diputados han sido los más responsables y comprometidos para aprobar la reforma política del Estado? ¿Acaso los diputados han tenido la voluntad de aprobar una Ley Electoral que dé transparencia, brillo y prestigio a la democracia guatemalteca? ¿Acaso los diputados han tenido la decencia de legislar con honradez, responsabilidad y sentido de nación?
La política en Guatemala, entre otras cosas, sufre una epidemia de cinismo, hipocresía y falsedad.
Desde la apertura democrática, hace 33 años, los políticos han llegado al poder sin proyecto y a improvisar, y en casi todos los casos, con el objetivo de beneficiarse del dinero público a través de complejos esquemas de corrupción. Esto explica por qué de los ocho presidentes electos que ha tenido Guatemala en la era democrática, tres fueron procesados por corrupción, uno es prófugo de la justicia y otro enfrenta un antejuicio por segunda vez.
Desde 2015, se libra una batalla por construir una nueva cultura de respeto a la ley en la que quien la incumpla, sin importar su estatus económico o político, responda ante la justicia. Sin embargo, hay grupos y personas que quieren seguir viviendo en el reino de la impunidad y están haciendo todo lo posible por sabotear este proceso de transformación, llevando al país incluso al borde del rompimiento constitucional.
La pregunta es: ¿Son capaces los guatemaltecos de gobernarse con responsabilidad, respeto a la ley, justicia e independencia de poderes o necesitan de la tutela y la intervención internacional?
Si la respuesta es afirmativa, que lo demuestren
EL MUNDO VE A GUATEMALA COMO UN PAÍS INGOBERNABLE, CON POLÍTICOS DESHONESTOS E INCAPACES Y ELITES EGOÍSTAS Y ENCUBRIDORAS