Artista del vidrio y la montaña
La obra de la Medalla de Oro por Premio Nacional de Escultura de Honduras (2005) ha vivido en sus propias carnes el azote de la censura
Regina Aguilar regresó a Honduras en 1991, cuando la vida la puso a escoger entre continuar con su floreciente carrera artística y su familia. Optó por su familia, y en el camino, además, se forjó otra más grande, más diversa, con las que compartía las ganas de sacar adelante un puñado de casas enclavadas en una montaña, que en poco tiempo empezó a llamar hogar.
San Juancito es un poblado enclavado en la sierra que rodea la capital hondureña, en el centro del país, y que perdió su gloria a mediados del siglo XX, cuando en 1954 una huelga acabó con 75 años de explotación minera, pero que guarda para sí el orgullo de haber sido una de las mayores productoras de oro y plata en la región.
Regina llegó al pueblo en 1992 en busca de un lugar amplio, iluminado y cercano a fuentes de agua donde instalar su taller artístico, que por ser principalmente especializado en vidrio, necesita de todas estas características para ser funcional.
San Juancito era entonces poco más que un pueblo con aire fantasmal rodeado de pinos, pero esta mujer vio en las miradas de los lugareños las ganas de volver a brillar. Y así lo hicieron. Artista y pueblo, se volvieron uno y empezaron una nueva historia con el naci-
miento de In Vitro, empresa comercializadora de las obras y la Escuela Taller San Juancito.
“Todo cambió al venir al contexto de mi país, compartir mi arte entre los que no tienen oportunidad: los niños y jóvenes pobres, mujeres sin ninguna preparación y abrir para ellos espacios de belleza y de color. La gente estaba sin trabajo desde los años 50, les enseñé todo lo que sé”, dice con añoranza esta incomprendida escultora, cuyas obras públicas han sido casi totalmente eliminadas en su natal Honduras.
EL SINSABOR DE LA CENSURA
“Yo no soy una artista convencional, yo vine a romper con todo y este país es aún muy conservador”, añade sin exagerar, pues su obra culmen en tierra hondureña fue demolida sin consultarle, no sin antes causar un revuelo moral y cultural que hasta hoy se recuerda.
Se trata del monumento llamado “Tríada Escultórica y un Sabio”, en honor al prócer independentista José Cecilio del Valle, que le fue encargada por “Tito” Guillen casi al termino de su gestión como alcalde de San Pedro Sula. La obra estaba compuesta por tres estatuas de bronce en tamaño real, que requirieron la fundición de 6.000 libras de balas que le fueron donadas por el ejército hondureño.
La obra representaba a Valle en tres momentos de su vida: con su propia cabeza en las manos, representando su lado intelectual; con un globo terráqueo, representando su afán humanista y unionista; y la tercera portando una mazorca de maíz, para plasmar su amor por la tierra, y el trabajo en el campo.
Pero que el prócer estuviera representado desnudo despertó el repudio en ciertos círculos políticos y sociales de la época, por contravenir lo cánones estéticos considerados apropiados para una obra de arte exhibida en la vía pública. “La sociedad estaba fascinada con la obra, se iban a tomar fotos, un día amaneció con pañales, todo el mundo escribió sobre ella: el arzobispo, el presidente, las feministas, los machistas, todos. Me dijeron que era una pervertida sexual, que allí había puesto todas mis fantasías, que el pene debía medir tanto… ”, recuerda con sorna. La presión de los grupos conservadores fue tal que el alcalde entrante ordenó cortarlo y dejaron exhibido solamente un pie, el resto de partes se las robaron y hasta la fecha no se sabe su paradero.
“Mi trabajo artístico siempre se caracterizó por tener una crítica social o proponer un cambio, y como aquí todo es tan tradicionalista y yo no lo soy, allí vino el problema”, añade. Aún en pedazos y destruida, la Tríada Escultórica y un Sabio fue reconocida en el arte
CON SU EMPRESA IN VITRO, AGUILAR CAPACITA ARTESANOS RURALES, TRABAJANDO CON ELLOS EN DISEÑO, PRODUCCIÓN ARTESANAL Y MERCADEO A NIVEL NACIONAL
contemporáneo a nivel internacional, al ser expuesta pocos años después a través de fotos y recortes de periódico en la Exhibición Arte con Impacto Urbano, en el Museo Reina Sofía de Madrid (España).
Después del ‘caso Valle’, como se conoce este incidente artístico entre los hondureños, Regina se volcó a participar en bienales de renombre y se concentró en desarrollar otra faceta artística: la del diseño, con la que empezó a trabajar más de cerca con los habitantes de San Juancito, y posteriormente con otras comunidades como los lencas, gracias a un proyecto que le fue asignado por la cooperación internacional.
Pero su espíritu rebelde siempre estuvo allí, y cada vez que se lo permitían salía con propuestas artísticas disruptivas. Fue así como en 2002 nace el corto “Nos Vale Verja”, que también recogía una fuerte crítica social.
Al tiempo que desarrollaba el taller, también creó “La Escuela Mágica”, un espacio de enseñanza y apreciación artística dedicado a los niños de San Juancito. “He visto cómo el arte puede cambiar una generación, son formas extrañas de trabajo, a través del color, del movimiento, de la música, pero cambia al ser humano, lo sensibiliza”; sin embargo, como muchos de sus proyectos, la falta de apoyo institucional y financiamiento han relegado este espacio a la memoria de los que una vez asistieron.
La Escuela Taller San Juancito es ahora un centro de capacitación, desarrollo y producción artesanal para artesanos de varias zonas rurales de todo el país. Actualmente cuenta con siete talleres: vidrio, metales, madera, papel, fibras naturales, joyería y lámparas e iluminación, cuya producción se vende a nivel internacional en lugares tan remotos como Australia, Londres y Nueva York.
Además han desarrollado una oferta creativa para turistas nacionales y extranjeros, en las que ofrecen talleres privados para grupos de entre ocho y diez personas, que pueden durar desde un fin de semana hasta varias semanas, donde comparte sus conocimientos artísticos. Sublima a través de la enseñanza, sus deseos más íntimos de artista incomprendida.
“Hubiese querido seguir con una obra consistente, hacer trabajo de crítica, pero se interpuso la gente, una cosa es lo que uno logra para uno y otra lo que logra compartiendo el arte con los demás”, dice sonriente y añade: “Desde muy joven quería cosas nuevas, yo siempre leía y quería traer esas cosas nuevas, pero aquí siempre vamos atrás, unos cincuenta años atrás, aun teniendo los talentos para que vayamos con el tiempo”, concluye