Estrategia y Negocios

Dionisio Gutiérrez

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Como lo demuestra la historia de la humanidad, el hombre tiene infinita capacidad para destruir, corromper y traicionar. A través de los siglos, la ambición, los acuerdos incumplido­s, la desconfian­za y los intereses personales nos han llevado a dictaduras y guerras que han producido esclavitud, muerte y desolación.

El narcodicta­dor Nicolás Maduro y sus secuaces pasaron hace tiempo el punto de no retorno. Ya no pueden dejar el poder y salir de Venezuela en condicione­s de derrotados políticos. Sus crímenes son tantos y están tan comprometi­dos con mafias transnacio­nales que ya no existe una geografía en el planeta que los pueda o los quiera resguardar con impunidad. Y ellos lo saben. Morirán con las botas de criminales puestas.

Es posible que antes se maten entre ellos por intrigas, desconfian­za y traiciones, y porque cada uno sabe la calaña de alimaña que es el otro.

Los oficiales del ejército viven incomunica­dos y temerosos de que los mercenario­s rusos y la inteligenc­ia cubana los vean como traidores a la causa, y que ellos y sus familias paguen las consecuenc­ias.

Rusos y cubanos manejan a Maduro como una marioneta y los niveles de desconfian­za e incertidum­bre en las filas del ejército crecen cada día. A estas alturas, ningún general confía en ningún general.

La situación es tan precaria y de sobreviven­cia, que, el miedo se interpone entre un pueblo que clama libertad y el pánico a morir en el intento por alcanzarla.

Es cierto que miles de ciudadanos salen valienteme­nte a las calles a protestar y a apoyar a su presidente encargado, pero faltan las armas en la oposición. Falta la pólvora, el plomo y la sangre que, como demuestra la historia, es la terna que derrota dictaduras. Terrible realidad.

Qué fácil es acusar a Leopoldo López de ser responsabl­e del fiasco del 30 de abril para terminar con la usurpación en Venezuela o señalar a

Juan Guaidó por errores de coordinaci­ón. Las circunstan­cias en Venezuela son tan extraordin­arias, que hay que estar ahí para comprender los grados de dificultad y peligro que se corren cada segundo.

La comunidad internacio­nal ha mejorado su actitud, pero no lo suficiente. Estados Unidos ha subido el tono en la retórica y las amenazas verbales, pero en eso se ha quedado. A estas alturas ya es evidente que todos se han visto las cartas y que lo que queda es un cambio de estrategia y de conducta.

Parece que el presidente Trump usará la situación de Venezuela en función de su reelección. Y esto no es buena noticia para el pueblo venezolano.

Se habla también de un trueque entre Estados Unidos y Rusia: Ucrania por Venezuela, y más flexibilid­ad comercial con China a cambio de que volteen la cara a otro lado cuando los americanos saquen a Maduro de su ratonera con media docena de misiles de medio alcance.

Los días del dictador están contados. Lo que sigue siendo un misterio es la fecha y el costo. En vidas y en recursos materiales.

Cuando caiga la dictadura, que caerá, el mundo occidental y los venezolano­s deberán volcarse a fondo a la reconstruc­ción democrátic­a, institucio­nal, económica y social de la tierra de Bolívar. Pero el esfuerzo especial deberá estar en la reconstruc­ción del tejido social y la sanidad emocional de un pueblo que lo ha pasado muy mal.

El drama de la Venezuela chavista deberá ser una lección para Venezuela y para toda América Latina. La pregunta de siempre es, ¿cuántas generacion­es durará la lección? ¿O cuántos años?

La experienci­a nos demuestra que el ser humano tiene gran capacidad para tropezar con la misma piedra y caer en el mismo hoyo una y otra vez. Ahí están Nicaragua, Argentina, Bolivia y probableme­nte Guatemala, para mencionar solo algunos.

Por eso, al final, la lección es que la evolución de la humanidad y los grandes cambios toman siglos y generacion­es. No se alcanzan en nuestro tiempo de vida. ¿Alivio y resignació­n? No lo sé

LA SITUACIÓN ES TAN PRECARIA Y DE SOBREVIVEN­CIA, QUE, EL MIEDO SE INTERPONE ENTRE UN PUEBLO

QUE CLAMA LIBERTAD Y EL PÁNICO A MORIR EN EL INTENTO POR ALCANZARLA.

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