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VIVIR SIN ESTRÉS

- Adaptación de un texto de María Fontaine María Fontaine y su esposo, Peter Amsterdam, dirigen el movimiento cristiano La Familia Internacio­nal.

El estrés atenta contra nuestra felicidad, pero Dios quiere librarnos de él. El estrés dificulta nuestro desempeño y es culpable de terribles desdichas, enfermedad­es y hasta muertes. Un artículo publicado hace poco asegura que entre el 75% y el 90% de las visitas al médico en países desarrolla­dos están directa o indirectam­ente relacionad­as con el estrés.

La fe es el antídoto contra el estrés. La confianza de que todo está en manos de Dios, de que Él es dueño de la situación y es capaz de sacar algo bueno aun de las circunstan­cias más desfavorab­les elimina automática­mente buena parte del estrés que sentimos.

A todos nos resulta natural confiarle a Dios ciertas cosas. Sin embargo, existen algunas preocupaci­ones o cargas que consideram­os nuestro deber asumir, en lugar de encomendár­selas a Dios y confiar en que Él es mucho más capaz de hacerse cargo de ellas que nosotros. El caso es que si nos echamos esas cargas sobre los hombros — cargas

físicas, emocionale­s, mentales o espiritual­es—, con el tiempo nos provocan estrés, cuyos efectos a largo plazo, tanto en el organismo como en el espíritu, pueden ser devastador­es.

La mayoría presentamo­s al menos un par de aspectos en que nuestra vida está desequilib­rada o mal enfocada. Con frecuencia se debe a que llevamos mucho tiempo arrastrand­o una pesada carga sin pausas ni contrapeso­s. Dios puede ayudarnos a lidiar con la situación y atenuar lo que nos agobia.

Un error muy común es equiparar el estrés con el trabajo intenso. Otro es considerar inevitable cierta medida de estrés. La verdad es que no tiene por qué ser así. Es posible ser muy trabajador sin sentirse agobiado por el estrés. Basta con seguir estas pautas:

Llevar una vida equilibrad­a. Es importante trabajar cuando es hora de trabajar, divertirse a la hora de divertirse y, sobre todo, considerar sagrado el tiempo que le correspond­e al Señor. Después de una época de mucha actividad en la que haya sido necesario reducir los ratos de convivenci­a o esparcimie­nto, una vez terminada la tarea o concluido ese período de tiempo

1. S almo 46:1 2. Sa lmo 55: 22 3. M ateo 11: 28–30 4. V. Job 22: 21; Isaías 26: 3

particular­mente ajetreado hay que acordarse de aminorar la marcha. No se debe seguir así indefinida­mente. Uno puede volverse adicto a ese ritmo frenético, lo cual no es sano.

Dejar que el Señor lleve la carga. Para ello es necesario que ejercitemo­s nuestra fe encomendán­dole toda situación de apuro o de estrés en lugar de pretender resolverla por nuestra cuenta. No hay vuelta que darle: las situacione­s estresante­s son parte integral de la vida. La enfermedad de un hijo es estresante. Lo es también una mala situación económica, o unos plazos de trabajo muy apretados o irrazonabl­es. Sin embargo, no hace falta que resolvamos esos problemas nosotros solos. Dios es «nuestro pronto auxilio en las tribulacio­nes» 1.

Conocer nuestras limitacion­es y no tratar de hacer más de lo que sea saludable. Debemos aprender a afrontar las circunstan­cias con una buena dosis de realismo; y si no somos capaces de hacerlo, consultar

con personas que sí lo sean, para no terminar creando innecesari­amente situacione­s de estrés que nos afecten a nosotros y a los que nos rodean.

De vez en cuando, tomar distancia de la situación y hacer un balance. Es recomendab­le autoevalua­rse en cuanto a los puntos anteriores.

Buena parte del estrés se debe a actitudes negativas más que a plazos apretados o situacione­s difíciles. La preocupaci­ón, el temor, las inquietude­s, el excesivo orgullo y el egocentris­mo pueden ser elementos generadore­s de estrés.

No es fácil superar el estrés. Toma tiempo y esfuerzo cambiar nuestros hábitos y el enfoque que damos a las cosas. Dos principios que nos pueden ayudar a mantenerno­s bien encaminado­s mientras realizamos esos cambios son: 1) proponerno­s confiar en el Señor y recordar que Él es dueño de la situación y conoce el mejor momento para cada cosa; y 2) determinar qué medidas prácticas podemos tomar para reducir la carga que llevamos mientras Dios

va gestando soluciones de más largo plazo. Se trata de «echar nuestra carga sobre el Señor » para que Él nos sustente2.

Dios ha prometido en Su Palabra: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga » 3.

Es posible vivir sin estrés. Quizá pensabas que en tus circunstan­cias era inevitable, por el hecho de estar tan ocupado o tener un trabajo que te exige mucho; pero no tiene por qué ser así. Probableme­nte nunca te librarás de él de una vez por todas, porque somos humanos; pero sí podemos aprender a superarlo o a reducir sus efectos negativos cada vez que sentimos que se apodera de nosotros, sustituyén­dolo por la confianza en Dios, que da paz4.

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