A paso de niño
Hoy salí a pasear con los niños por los campos aledaños al pueblo donde vivimos. Es una zona agrícola con senderos de tierra y bosquecillos. Hacía un tiempo estupendo, por lo que fue una buena oportunidad de que los niños tomaran aire puro e hicieran ejercicio. Iban corriendo de aquí para allá buscando insectos y otros animalitos que abundan en la primavera y el verano.
Para mí también fue un respiro. En esos caminos rurales no hay computadoras ni trabajo urgente, obligaciones, reuniones, desórdenes que arreglar ni ninguno de los mil y un quehaceres que nos mantienen atareados la mayor parte del día.
En medio de la naturaleza da la impresión de que el tiempo se detiene; por lo menos hasta que los niños gritan entusiasmados: «¡Una mariposa!», o: «¡Una araña!» Pero ni siquiera esas alertas repentinas quiebran la paz. Por lo general me bastan
unos minutos de tranquilidad para despejarme la cabeza. Cuando Jesús dijo que si no nos volvemos como niños no entraremos al reino de los Cielos1, tal vez no se refería solamente al Cielo en el más allá, sino también a la tranquilidad y al anticipo de cielo que tenemos en nuestro corazón cuando por unos momentos dejamos las preocupaciones de lado y sintonizamos con la voz de Dios, que nos habla por medio de Su creación.
Para los niños eso es de lo más natural. No se preocupan por las tareas pendientes ni por las cuentas que hay que pagar. Sencillamente rebosan energía y entusiasmo de vivir, y disfrutan de que una persona mayor los acompañe y tome fotos de sus correrías. Con más razón deberíamos nosotros andar tranquilos, sabiendo que la mayor de todas las personas no nos quita el ojo de encima y sin duda toma fotos de nuestra vida.
1. V. Mateo 18: 3