Perfeccion imperfecta
Fui a un mercado campesino esta mañana y me alegré mucho de encontrar buenas ofertas de algunos productos orgánicos. Sin embargo, cuando llegué a casa y saqué los tomates de la bolsa me di cuenta de que algunos estaban muy blandos, y tuve que separar los malos para que no dañaran a los demás. Como dice el refrán: «La manzana podrida — en este caso, el tomate— pudre a su vecina ».
Al examinar los tomates, me sorprendió que tuvieran tantas imperfecciones. Estoy acostumbrada a ir al supermercado y encontrar montones de frutas y verduras impecables. No obstante, cuando corté por la mitad uno de estos tomates imperfectos y mordí un bocado, me sorprendió su sabor. Llegué a la conclusión de que, en este caso, lo imperfecto es sin duda mejor.
Aunque a menudo juzgamos por las apariencias, «las apariencias engañan», reza otro refrán. Sucede con frecuencia que frutas aparentemente perfectas tienen defectos profundos que no se ven. Quizá carecen de picaduras de insectos porque las rociaron con productos químicos cuyos efectos a largo plazo pueden ser peores que los insectos mismos. Los procesos empleados para acelerar su crecimiento probablemente también afectaron su sabor. Comparando los tomates orgánicos imperfectos y los aparentemente perfectos del supermercado, los imperfectos son superiorísimos.
Dios podría haber creado un mundo perfecto con gente perfecta, pero dio al hombre libre albedrío. Las imperfecciones se colaron en nuestro mundo a raíz de la desobediencia de Adán y Eva; entonces comenzamos a tener que lidiar con desventuras, enfermedades, bichos y dolores1. Lo bueno es que todas esas imperfecciones nos conducen de vuelta a los brazos de nuestro Padre celestial. Si el camino fuera perfecto y despejado, nunca encontraríamos la senda que lleva al lugar perfecto que Él nos está preparando.
A veces la gente piensa que se las puede arreglar sin Dios. Solo entendemos que necesitamos un Salvador cuando nos detenemos a examinar nuestras imperfecciones. Entonces abrimos nuestro corazón y recibimos el regalo más grande y perfecto de todos.
A mí que me den las imperfecciones de la vida, los frutos de aspecto extraño, los caminos pedregosos. Me quedo con todos los problemas y debilidades que me conducen a Dios. La conciencia de lo imperfecta que soy es precisamente lo que me motiva a dar gracias por tener un Salvador perfecto, que me mira con amor y cuyo perfecto amor ha transformado mi vida.