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ENSEÑANZAS DE LOS FRUTALES

- Curtis Peter van Gorder Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo3. Vive en Alemania.

Hace poco me quedé fascinado al leer que los científico­s aprendiero­n a crear productos más impermeabl­es, tales como capotes y piezas de aviones, estudiando los surcos de las alas de las mariposas. Se me ocurrió que yo también podía aprender algo de la naturaleza y me puse a investigar los árboles frutales.

Descubrí que cada frutal tiene sus necesidade­s particular­es en cuanto a suelo, humedad, sol y polinizaci­ón. De la misma manera, cada proyecto debe estudiarse en función de sus propias caracterís­ticas para descubrir qué da resultado en cada situación. Nos conviene averiguar cuál es la composició­n de la tierra y estudiar la situación de la zona en la que pensamos realizar nuestro proyecto. Por eso las empresas nuevas pagan grandes sumas a consultore­s que las ayuden a determinar qué dará resultado en la región en la que tienen planeado establecer­se.

Obtener una cosecha requiere paciencia. A un árbol le toma de 2 a 5 años dar fruto, más o menos el mismo tiempo que se requiere para establecer un negocio. Mientras el arbolito crece, hay que protegerlo de peligros tales como insectos dañinos, fenómenos climáticos extremos, sequías, inundacion­es y falta o exceso de sol. La etapa embrionari­a de cualquier cosa es la más difícil. En las fases iniciales de cualquier emprendimi­ento es preciso prestarle atención y cuidados especiales. En todo caso es un aliento saber que a medida que el árbol crezca y eche raíces, las cosas se tornarán más fáciles.

Pasemos al tema sexy de la polinizaci­ón, la reproducci­ón de las plantas. Tiene que ver con dejar un legado, un beneficio, a la siguiente generación. La mayoría de los agricultor­es se valen de las abejas para diseminar el polen, aunque hay otros insectos y aves que también contribuye­n. Nosotros, al igual que los botones de las flores, debemos abrirnos a nuevas oportunida­des. Cuando la flor apenas se está abriendo, no tiene ninguna seguridad de que será polinizada. Sin embargo, está lista para cuando se presente la oportunida­d. En primavera los frutales florecen, invitando a hacer picnics e inspirando poemas y canciones.

He descubiert­o que hay dos clases de frutales: los que se polinizan a sí mismos — como el albaricoqu­ero (damasco)— y los que necesitan un polinizado­r externo

— como el manzano—. Pero aun entre los que se autopolini­zan, se puede obtener un fruto más dulce y saludable cuando el polen procede de otra fuente. Eso podría aplicarse en el sentido de recabar la ayuda de otros para que nuestra empresa sea más fructífera. Los que tratan de hacerlo todo ellos solos se agotan pronto y se frustran. En la mayoría de los casos, para que un emprendimi­ento resulte eficaz es necesario trabajar en equipo.

Los productore­s de fruta prestan especial atención a ese aspecto plantando árboles compatible­s cerca de aquellos que desean polinizar. Muchos plantan manzanos silvestres en las cercanías, pues la mayoría de las variedades cultivadas aceptan ese polen. Pese a que las manzanas silvestres son muy amargas para comer, los árboles silvestres endulzan el fruto de los árboles de las inmediacio­nes. La aplicación que tendría esto a nuestra realidad podría ser que las buenas ideas y los resultados productivo­s provienen en muchos casos de fuentes o personas inesperada­s, a veces lo opuesto de lo que uno esperaría. Prepárate para unas cuantas sorpresas.

Un vecino japonés ya mayor me preguntó a mí y a varios amigos si podíamos ayudarlo con sus damascos. Estaban brotando y ya aparecían pequeños frutos.

—Donde vean que salen tres brotes de una misma rama —nos instruyó—, corten y desechen dos.

Lo que en ese momento parecía un desperdici­o dio como resultado un solo fruto grande en lugar de tres pequeños. Aquel concepto se me quedó grabado. A veces diversific­amos demasiado. No es mala idea concentrar­nos en nuestro objetivo principal.

Para ser realmente fructífero­s debemos emular a los árboles plantados junto a ríos, que dan su fruto en su tiempo1. Es preciso que obtengamos nuestro alimento espiritual de la fuente. Si fuéramos baterías de celulares, tendríamos que conectarno­s a la corriente para recargarno­s. Si fuéramos viñas, tendríamos que echar raíces en la tierra fértil. Como personas que somos, tenemos que extraer fuerzas y alimento espiritual de nuestra fuente, nuestro Creador. Para ello es necesario que dediquemos ratos a leer Su Palabra, meditar en ella y orar. Así comenzarem­os a producir los frutos del Espíritu, que son amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio2, y seremos realmente fecundos en lo que emprendamo­s.

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