Muerte al dragón
Cómo vencer nuestros temores
En distintos momentos de la vida nos topamos con oportunidades y situaciones que tienen la posibilidad de abrirnos caminos de cara al futuro. A veces está muy claro que Dios nos está abriendo una puerta; otras, no tenemos más que un presentimiento. A menudo eso viene con una emoción y una expectativa que nos anima a adentrarnos en territorio desconocido.
Luego de prepararnos y ponderar un plan, quizá nos encontramos a punto de tomar una decisión y actuar. Todo está preparado; estamos listos para empezar. Pero ¿qué pasa entonces? ¿Por qué a veces postergamos la decisión o evitamos dar los primeros pasos indispensables?
En muchos casos la culpa es del temor, que nos inmoviliza. En mi propia vida, el temor se manifiesta de diversas maneras. Reconozco que a veces tengo miedo de fracasar o de cometer un error, o de lo que algo pueda costarme en términos de trabajo arduo y sacrificio.
Esos no son los únicos temores que nos frenan. A veces dar el siguiente paso significa pedir asesoramiento, ayuda económica o permiso. En esos casos aflora el temor al rechazo. Aunque no nos molestemos en analizar e identificar nuestras emociones y verbalizar nuestros temores, están ahí y nos reprimen. Entonces, ¿cómo podemos contrarrestarlos?
La Palabra de Dios dice: «Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo. Por eso, si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente» 1.
La fe en la bondad divina y la convicción de que Él nos quiere bendecir nos ayudan a superar el miedo. En todo caso, esa victoria sobre el temor no puede quedar restringida a la esfera de nuestros pensamientos; no es una cuestión meramente filosófica o espiritual. El Señor en muchos casos espera que encaremos
nuestros temores, que actuemos y comencemos a movernos en la buena dirección. Debemos afrontar nuestros temores y vencerlos, a fin de tener libertad para realizarnos en la vida y llegar a disfrutar plenamente de las experiencias que Dios quiere que tengamos.
Digamos que has escrito un libro y buscas una editorial. Entretanto, decides comercializar personalmente tu libro y visitar librerías y bibliotecas de tu localidad. Total que tomas varios ejemplares impresos y sales a presentar tu idea a los administradores de las tiendas y a los que tienen autoridad para ayudarte. Sin embargo, resulta que no es tan fácil como pensabas pedirles que promocionen tu libro. Es más, termina siendo tan difícil que no recibes ni un solo pedido, y te planteas si no deberías abandonar. El caso es que lo dejas para otro momento. Vas a las librerías, pero sales diciendo para tus adentros: «No es el momento oportuno; hoy están muy ocupados». Al final sacas los libros del maletero del auto pensando que tal vez cuando acabe el año escolar — o las vacaciones, el verano o lo que sea— tendrás más posibilidades.
Ese mismo guion de dejar las cosas para después, que conduce a la inactividad, puede repetirse en diversas situaciones y circunstancias. Por ejemplo, cuando quieres solicitar un aumento de sueldo, conseguir una beca para la universidad, pedir a alguien que salga contigo, dar a una relación un mayor grado de intimidad, aspirar a funciones más importantes en tu trabajo, etc.
Si tenemos un sueño, el hecho de esperar no nos ayudará a materializarlo. Decirnos que mañana será mejor por X razón generalmente no pasa de ser un pretexto. Tenemos miedo; y en vez de reconocerlo y arriesgarnos a dar un paso en pos de ese sueño, nos convencemos de que no vale la pena y encima justificamos nuestra inacción.
Tenemos que dar el primer paso. A menudo, cuanto más esperamos, más nerviosos nos ponemos. Nos acostumbramos a las cosas tal como son y se nos hace difícil cambiar. Nos da miedo, nos incomoda.
Todo crecimiento y desarrollo va acompañado de cierto grado de incomodidad. Eso me señaló mi instructor de esquí: «Si quieres llegar a esquiar bien, tienes que sentirte cómodo estando incómodo».
Un aspecto importante de salir de tu zona de confort es este: tienes que ponerte en marcha antes de sentirte preparado. Si esperas hasta que te parezca que estás listo… ya sabemos cuál es el resultado: indecisión, distracciones, perfeccionismo y con frecuencia, lamentablemente, una inactividad total. Seamos realistas: tal vez nunca llegará el día en que te consideres preparado. No obstante, si te armas de valor para empezar, por poco preparado que creas estar, habrás dado un tremendo paso hacia adelante.
Mientras más pronto arranques y des los incomodísimos primeros pasos, antes superarás esa etapa que te asusta, y empezarás a tener mucho más éxito. Es un ciclo previsible: decide lo que quieres hacer, ten confianza en la bendición de Dios sobre lo que te has propuesto, elabora un plan, comprométete a seguirlo,
empieza, hazlo repetidamente, ¡y con el tiempo adquirirás práctica y te saldrá cada vez mejor!
Cuando te enfrentes a algo que te resulte difícil, pregúntate: «¿Qué es lo peor que puede pasar?» Cuando hayas respondido a esa pregunta y determinado que serías capaz de soportar el peor desenlace posible, te sentirás aliviado y te será más fácil encarar tus temores.
Asimismo, si te estás embarcando en una nueva empresa o actividad que presenta dificultades y te causa incomodidad y miedo, conviene que te des permiso para sentirte raro, para tropezar y no hacerlo todo perfecto. Entiende y acepta que al principio no te saldrá de maravilla. Es más, hasta es posible que de entrada fracases; pero no pasa nada.
No tiene nada de malo que te sientas incómodo cuando apenas le estás tomando la mano a algo. Por eso, plántale cara al desafío y di para tus adentros: «Es lo más normal del mundo que todavía no me salga muy bien. Ya iré mejorando. Estoy avanzando paso a paso por la senda de la excelencia ».
Cuando uno reduce sus expectativas y no se ilusiona con un éxito inmediato, resulta más fácil dar el primer paso. Con esa actitud, los pasos iniciales que tanto nos asustan pueden convertirse en trampolines para lograr extraordinarios progresos.
A continuación reproduzco un relato de Rory Vaden con el que tal vez todos nos identificamos:
Una vez me contaron el caso de una señora que quedó atrapada en un edificio en llamas. Se hallaba en el piso 80. Le daban pánico las alturas y los espacios cerrados. Cuando sonó la alarma contra incendios, se negó a seguir a sus colegas por las escaleras para evacuar el lugar y ponerse a salvo.
Los bomberos registraron el edificio y la encontraron escondida debajo de su escritorio, resignada a morir. Cuando le insistieron para que bajara por la escalera, ella se puso a gritar:
—¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! Finalmente uno de ellos le dijo: —Está bien. Baje con miedo. El bombero le repitió esa frase una y otra vez mientras bajaban los ochenta pisos para ponerse a salvo.
En nuestra carrera profesional, todos nos enfrentamos a momentos en que sabemos lo que hay que hacer, pero el miedo nos impide avanzar. Para sobresalir, debemos cultivar la costumbre de actuar frente al temor. Está bien tener miedo; hazlo con miedo. Está bien sentirse inseguro; hazlo con inseguridad. Está bien sentirse incómodo; hazlo con incomodidad. Simplemente haz algo2. Yo diría que la parte más difícil es dar ese aterrador primer paso. La siguiente prueba difícil es persistir. Cuando no has adquirido práctica en algo te da la impresión de que cometes muchos fallos. Mas si lo repites una y otra vez y aprendes de los comentarios que te hacen, enseguida te irás desenvolviendo mejor y poco a poco alcanzarás la excelencia.
Al principio, un nuevo desafío puede resultarnos muy incómodo y hasta asustarnos. No obstante, si nos ponemos de forma deliberada en una situación de vulnerabilidad y hacemos eso que nos da miedo, se va volviendo más fácil y cada vez lo hacemos mejor. A la larga el miedo desaparece. ¡Eso es vencer nuestros temores!