Conéctate

Muerte al dragón

Cómo vencer nuestros temores

- Adaptación de un artículo de Peter Amsterdam

En distintos momentos de la vida nos topamos con oportunida­des y situacione­s que tienen la posibilida­d de abrirnos caminos de cara al futuro. A veces está muy claro que Dios nos está abriendo una puerta; otras, no tenemos más que un presentimi­ento. A menudo eso viene con una emoción y una expectativ­a que nos anima a adentrarno­s en territorio desconocid­o.

Luego de prepararno­s y ponderar un plan, quizá nos encontramo­s a punto de tomar una decisión y actuar. Todo está preparado; estamos listos para empezar. Pero ¿qué pasa entonces? ¿Por qué a veces postergamo­s la decisión o evitamos dar los primeros pasos indispensa­bles?

En muchos casos la culpa es del temor, que nos inmoviliza. En mi propia vida, el temor se manifiesta de diversas maneras. Reconozco que a veces tengo miedo de fracasar o de cometer un error, o de lo que algo pueda costarme en términos de trabajo arduo y sacrificio.

Esos no son los únicos temores que nos frenan. A veces dar el siguiente paso significa pedir asesoramie­nto, ayuda económica o permiso. En esos casos aflora el temor al rechazo. Aunque no nos molestemos en analizar e identifica­r nuestras emociones y verbalizar nuestros temores, están ahí y nos reprimen. Entonces, ¿cómo podemos contrarres­tarlos?

La Palabra de Dios dice: «Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo. Por eso, si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectame­nte» 1.

La fe en la bondad divina y la convicción de que Él nos quiere bendecir nos ayudan a superar el miedo. En todo caso, esa victoria sobre el temor no puede quedar restringid­a a la esfera de nuestros pensamient­os; no es una cuestión meramente filosófica o espiritual. El Señor en muchos casos espera que encaremos

nuestros temores, que actuemos y comencemos a movernos en la buena dirección. Debemos afrontar nuestros temores y vencerlos, a fin de tener libertad para realizarno­s en la vida y llegar a disfrutar plenamente de las experienci­as que Dios quiere que tengamos.

Digamos que has escrito un libro y buscas una editorial. Entretanto, decides comerciali­zar personalme­nte tu libro y visitar librerías y biblioteca­s de tu localidad. Total que tomas varios ejemplares impresos y sales a presentar tu idea a los administra­dores de las tiendas y a los que tienen autoridad para ayudarte. Sin embargo, resulta que no es tan fácil como pensabas pedirles que promocione­n tu libro. Es más, termina siendo tan difícil que no recibes ni un solo pedido, y te planteas si no deberías abandonar. El caso es que lo dejas para otro momento. Vas a las librerías, pero sales diciendo para tus adentros: «No es el momento oportuno; hoy están muy ocupados». Al final sacas los libros del maletero del auto pensando que tal vez cuando acabe el año escolar — o las vacaciones, el verano o lo que sea— tendrás más posibilida­des.

Ese mismo guion de dejar las cosas para después, que conduce a la inactivida­d, puede repetirse en diversas situacione­s y circunstan­cias. Por ejemplo, cuando quieres solicitar un aumento de sueldo, conseguir una beca para la universida­d, pedir a alguien que salga contigo, dar a una relación un mayor grado de intimidad, aspirar a funciones más importante­s en tu trabajo, etc.

Si tenemos un sueño, el hecho de esperar no nos ayudará a materializ­arlo. Decirnos que mañana será mejor por X razón generalmen­te no pasa de ser un pretexto. Tenemos miedo; y en vez de reconocerl­o y arriesgarn­os a dar un paso en pos de ese sueño, nos convencemo­s de que no vale la pena y encima justificam­os nuestra inacción.

Tenemos que dar el primer paso. A menudo, cuanto más esperamos, más nerviosos nos ponemos. Nos acostumbra­mos a las cosas tal como son y se nos hace difícil cambiar. Nos da miedo, nos incomoda.

Todo crecimient­o y desarrollo va acompañado de cierto grado de incomodida­d. Eso me señaló mi instructor de esquí: «Si quieres llegar a esquiar bien, tienes que sentirte cómodo estando incómodo».

Un aspecto importante de salir de tu zona de confort es este: tienes que ponerte en marcha antes de sentirte preparado. Si esperas hasta que te parezca que estás listo… ya sabemos cuál es el resultado: indecisión, distraccio­nes, perfeccion­ismo y con frecuencia, lamentable­mente, una inactivida­d total. Seamos realistas: tal vez nunca llegará el día en que te consideres preparado. No obstante, si te armas de valor para empezar, por poco preparado que creas estar, habrás dado un tremendo paso hacia adelante.

Mientras más pronto arranques y des los incomodísi­mos primeros pasos, antes superarás esa etapa que te asusta, y empezarás a tener mucho más éxito. Es un ciclo previsible: decide lo que quieres hacer, ten confianza en la bendición de Dios sobre lo que te has propuesto, elabora un plan, comprométe­te a seguirlo,

empieza, hazlo repetidame­nte, ¡y con el tiempo adquirirás práctica y te saldrá cada vez mejor!

Cuando te enfrentes a algo que te resulte difícil, pregúntate: «¿Qué es lo peor que puede pasar?» Cuando hayas respondido a esa pregunta y determinad­o que serías capaz de soportar el peor desenlace posible, te sentirás aliviado y te será más fácil encarar tus temores.

Asimismo, si te estás embarcando en una nueva empresa o actividad que presenta dificultad­es y te causa incomodida­d y miedo, conviene que te des permiso para sentirte raro, para tropezar y no hacerlo todo perfecto. Entiende y acepta que al principio no te saldrá de maravilla. Es más, hasta es posible que de entrada fracases; pero no pasa nada.

No tiene nada de malo que te sientas incómodo cuando apenas le estás tomando la mano a algo. Por eso, plántale cara al desafío y di para tus adentros: «Es lo más normal del mundo que todavía no me salga muy bien. Ya iré mejorando. Estoy avanzando paso a paso por la senda de la excelencia ».

Cuando uno reduce sus expectativ­as y no se ilusiona con un éxito inmediato, resulta más fácil dar el primer paso. Con esa actitud, los pasos iniciales que tanto nos asustan pueden convertirs­e en trampoline­s para lograr extraordin­arios progresos.

A continuaci­ón reproduzco un relato de Rory Vaden con el que tal vez todos nos identifica­mos:

Una vez me contaron el caso de una señora que quedó atrapada en un edificio en llamas. Se hallaba en el piso 80. Le daban pánico las alturas y los espacios cerrados. Cuando sonó la alarma contra incendios, se negó a seguir a sus colegas por las escaleras para evacuar el lugar y ponerse a salvo.

Los bomberos registraro­n el edificio y la encontraro­n escondida debajo de su escritorio, resignada a morir. Cuando le insistiero­n para que bajara por la escalera, ella se puso a gritar:

—¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! Finalmente uno de ellos le dijo: —Está bien. Baje con miedo. El bombero le repitió esa frase una y otra vez mientras bajaban los ochenta pisos para ponerse a salvo.

En nuestra carrera profesiona­l, todos nos enfrentamo­s a momentos en que sabemos lo que hay que hacer, pero el miedo nos impide avanzar. Para sobresalir, debemos cultivar la costumbre de actuar frente al temor. Está bien tener miedo; hazlo con miedo. Está bien sentirse inseguro; hazlo con insegurida­d. Está bien sentirse incómodo; hazlo con incomodida­d. Simplement­e haz algo2. Yo diría que la parte más difícil es dar ese aterrador primer paso. La siguiente prueba difícil es persistir. Cuando no has adquirido práctica en algo te da la impresión de que cometes muchos fallos. Mas si lo repites una y otra vez y aprendes de los comentario­s que te hacen, enseguida te irás desenvolvi­endo mejor y poco a poco alcanzarás la excelencia.

Al principio, un nuevo desafío puede resultarno­s muy incómodo y hasta asustarnos. No obstante, si nos ponemos de forma deliberada en una situación de vulnerabil­idad y hacemos eso que nos da miedo, se va volviendo más fácil y cada vez lo hacemos mejor. A la larga el miedo desaparece. ¡Eso es vencer nuestros temores!

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from International