LOQUEME ENSEÑARON MISHÉROES
La primera vez que me hablaron de Albert Schweitzer yo tenía diez años. Me impresionó mucho su dedicación, hasta el punto de que empecé a acariciar la idea de estudiar medicina y seguir su ejemplo en África. Eran los tiempos en que, para averiguar más sobre algo o alguien había que leer libros, consultar enciclopedias y, en la mayoría de los casos, ir a una biblioteca. Es decir, uno no tenía la posibilidad de satisfacer inmediatamente su curiosidad. La búsqueda tenía su cuota de serendipia y misterio.
Yo era muy aficionada a la lectura. Hasta ese momento mis héroes habían sido ficticios: Robin Hood y Mary Poppins, por ejemplo. Como tenía una imaginación muy viva, también me inventaba mis propios héroes; eso hasta el día en que comencé a leer sobre personajes reales: misioneros, exploradores y libertadores, entre otros.
Albert fue el primero de una larga lista, seguido de Martin Luther King, John F. Kennedy, Gandhi, Florence Nightingale y muchos otros. Tomé conciencia de que, aparte de los numerosos canallas horribles que tenía que aprenderme en los libros de historia del colegio, nuestro mundo ha conocido también personas admirables.
Así que desde pequeña decidí ser de los que procuran cambiar el mundo. Cada tantas semanas mi pasión se encendía por un país o una profesión diferente, según sobre qué héroe estuviera leyendo. Ahora — años más tarde— me satisface poder decir que aquel deseo se cumplió. Pude seguir los dictados de mi corazón. Me pasé años misionando en lugares difíciles, y aún ahora dedico la mayor parte de mi tiempo a los necesitados y a causas dignas de apoyo.
Todo ello ha ido acompañado de sacrificios y errores, pero ahora viene lo mejor. Justamente uno de los efectos colaterales de esta nueva era de acceso inmediato a la información es que he tenido oportunidad de leer más sobre mis héroes de antes y de ahora, y he descubierto que no fueron tan perfectos e inmaculados como me los había figurado. Todos tuvieron pies de barro, y algunas de las ideas que abrigaron y cosas que dijeron o hicieron pueden resultarnos inicialmente decepcionantes.
Sin embargo, fueron precisamente sus imperfecciones y debilidades humanas las que me infundieron ánimo cuando yo también caí de mi propio pedestal.
El bien que realizaron esos personajes que influyeron trascendentemente en su entorno supera con creces los errores que cometieron. Eso en sí demuestra que no hace falta que seamos perfectos para cambiar nuestro rincón del mundo. Al fin y al cabo, ninguno de ellos lo era y, sin embargo, transformaron su mundo.