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ESTA ES MI GUERRA

- Mara Hodler En fin, que yo he tomado la decisión de dedicarme a la causa de Cristo. No porque mis padres lo hicieran, ni porque mis amigos lo hagan, sino porque la guerra divina se ha convertido también en mi guerra y deseo lograr tantas victorias como s

La película Paraíso perdido ( El valle de la violencia) se desarrolla durante la Guerra de Secesión de EE. UU. Es la conmovedor­a historia de una familia del sur del país que se ve atrapada en el conflicto. Charlie Anderson, el patriarca de la familia, una y otra vez hace caso omiso de las súplicas de sus hijos que quieren alistarse en el ejército. Prefiere mantenerse neutral y no involucrar­se, hasta el día en que la contienda afecta directamen­te a su familia.

Antes de que estallara la guerra, vivían holgadamen­te. Poseían una extensa hacienda. De los seis hijos, la mayoría ya eran hombres hechos y derechos, y entre todos habían logrado que la propiedad fuera rentable. Llevaban una vida cómoda y habían empezado a formar sus propias familias. El padre había perdido a su esposa, pero se sentía satisfecho: primero, porque sus hijos estaban sanos y contentos y demostraba­n sensatez; y segundo, porque la finca prosperaba.

Cierto día el menor de los hijos, Boy, se va a cazar mapaches con un amigo. De pronto se topan con unos confederad­os emboscados y se alejan rápidament­e del lugar. Cuando creen estar fuera de peligro, se detienen junto a un arroyo para tomar agua. Boy se había encontrado una gorra rebelde (los confederad­os eran los rebeldes) y sin darse cuenta se la había puesto. Al cabo de menos de un minuto aparece una patrulla de soldados de la Unión que confunden al chico con un rebelde y se lo llevan como prisionero de guerra.

Su amigo va corriendo a la hacienda y le comunica a Charlie lo que le ha sucedido a su hijo. Ahora, de pronto, la guerra lo toca muy de cerca. Pasa de ser un observador a lanzarse de lleno al fragor de la batalla para rescatar a Boy. Dice a sus otros hijos: «Desde ahora esta guerra es nuestra ». La contienda se ha convertido en algo muy personal. No toma las armas porque un gobierno u otro lo inste a hacerlo, sino porque la vida de un ser amado correrá peligro si él no interviene.

Una vez tomada la decisión de que esa guerra es su guerra, no necesita que nadie le indique lo que debe hacer. No le hace falta que nadie lo incentive. Luchar por alguien a quien ama es más que suficiente motivación.

Me identifico con Charlie Anderson cuando dice: «Desde ahora esta guerra es nuestra ». Conozco a Jesús desde pequeña y creo que siempre lo he amado. No obstante, tardé bastante en jugármela por Él, por así decirlo. Si llevas una existencia cómoda y logras evitar las adversidad­es intrínseca­s de la vida del creyente, ¿por qué vas a querer pasar penalidade­s, no?

Lo que es innegable es que Satanás está empeñado en entorpecer, boicotear y frustrar el plan dispuesto por Dios para la humanidad. Ya tiene fichados a los hijos de Dios como enemigos. Se nos pide por eso que reaccionem­os, que tomemos las armas en sentido espiritual­1 y que influyamos en el desenlace de la batalla con nuestra manera de vivir.

Sin embargo, todo lo anterior no significa nada hasta que resolvemos que esa es nuestra guerra. Una vez que la batalla nos toca en lo íntimo dejamos, como Charlie Anderson, de ser observador­es despreocup­ados de lo que sucede a nuestro alrededor y nos compromete­mos a ejercer una influencia positiva.

Todo parte de la toma de conciencia de que las pequeñas decisiones importan. Tal como un soldado se adiestra a diario, esté o no en el frente, debemos esmerarnos en nuestra preparació­n espiritual. La mayor parte del tiempo nuestras misiones probableme­nte estarán muy relacionad­as con nuestra vida cotidiana. Así es en mi caso: hacer de pacificado­ra, estar al tanto de lo que ocurre a mi alrededor, preocuparm­e por las necesidade­s de los demás, etc. Y está bien. Entiendo que incluso esas pequeñeces contribuye­n a la campaña bélica.

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