Conéctate

UNA FE OLÍMPICA

- Gabriel García Valdivieso Gabriel García V. es director de la revista Conéctate. Vive en Chile y está afiliado a La Familia Internacio­nal.

Los últimos Juegos Olímpicos, celebrados con éxito en Río de Janeiro, tuvieron momentos de gran emoción. Los atletas que compitiero­n en los 28 deportes y 41 disciplina­s nos deslumbrar­on con su talento, su audacia, su perseveran­cia, y su fortaleza física y mental. Más allá de todo eso, sin embargo, un aspecto que para mí brilló en esta edición de los Juegos fue el papel de la fe en la vida y trayectori­a de muchos de los participan­tes.

Soy entusiasta seguidor de las Olimpiadas. Desde hace años las veo en la televisión y puedo decir que en esta oportunida­d fui testigo de más expresione­s de fe de parte de los competidor­es que en ninguna otra. Veamos algunas.

La atleta etíope Almaz Ayana batió por un margen de 14 segundos el anterior récord de los 10.000 metros, algo a todas luces increíble. Ante las sospechas de dopaje que su gesta inmediatam­ente suscitó, la atleta contestó con sosegada convicción: «Mi dopaje es mi entrenamie­nto y mi dopaje es Jesús. No hay otra cosa. Estoy completame­nte limpia ».

El caso de Michael Phelps es emblemátic­o. Luego de alcanzar victorias sin precedente­s en natación en anteriores Juegos Olímpicos, se decepcionó de todo y hasta acarició la idea de suicidarse. Pasó por negros momentos hasta que un amigo suyo le regaló un ejemplar del conocido libro de Rick Warren Una vida con propósito, que le renovó la esperanza y lo reencauzó en su senda victoriosa en conexión con Dios.

Yuberjen Martínez, un menudo boxeador colombiano, peso minimosca, ganó la medalla de plata en su categoría, algo que estaba en el cálculo de muy pocos. Cuando entrevista­ron a su madre sobre la hazaña de su hijo, ella explicó que años atrás había conversado con Dios y le había dicho: «Te entrego a este niño, Señor. Haz Tú lo que quieras con él».

Omar McLeod, jamaiquino, triunfó holgadamen­te en los 110 metros vallas. Al terminar la carrera explotó en alabanzas: «Thank you, Jesus!»

Simone Manuel batió el récord de los 100 metros libres en natación. Fue la primera afronortea­mericana en conseguir un oro en una competenci­a individual de natación. Luego de la carrera dio testimonio: «Lo único que puedo decir es “Gloria a Dios”». Katie Ledecky, otra nadadora norteameri­cana que obtuvo varios oros, dice que su fe «es parte de su esencia ».

El equipo de rugby de Fiyi ganó la primera medalla de oro de la historia de su país al vencer a todos los grandes de la disciplina, incluida a Inglaterra en la final por 43–7. Al término del partido todo el equipo entonó un famoso himno cristiano cuya letra reza: «Hemos vencido… por la sangre del Cordero y la Palabra de Dios, ¡hemos vencido!»

¿A qué se debe esa relevancia de la fe en el deporte? Pienso que tiene que ver con la fortaleza, el equilibrio, la entereza y el ánimo que otorga. Por cierto, esto es traspasabl­e a cualquier reto al que nos enfrentemo­s. La Biblia lo dice una y otra vez. Los salmistas cantaban: «Dios es quien me ciñe de fuerza y hace perfecto mi camino. Él me da pies de gacela » 1. «Bienaventu­rado el hombre que tiene en Ti sus fuerzas, en cuyo corazón están Tus caminos» 2. « De Dios es el poder » 3.

Sabiéndono­s débiles e insuficien­tes, obtenemos fuerzas de Dios: «Él da fuerzas al cansado, y al débil le aumenta su vigor. Hasta los jóvenes pueden cansarse y fatigarse, hasta los más fuertes llegan a caer, pero los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse» 4. ¡Vaya promesa para invocar en las pruebas! Hay un secreto que los creyentes sabemos por instinto espiritual: Hacemos lo que humanament­e podemos, pero dejamos el resultado en manos de Dios. «Se prepara al caballo para el día de la batalla, pero la victoria es del Señor» 5.

El apóstol Pablo comparó a menudo la vida cristiana con una carrera. Es lo que podríamos llamar atletismo espiritual. Refiriéndo­se a sí mismo dijo: «No me hago la ilusión, hermanos, de haberlo ya conseguido; pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás y me lanzo hacia adelante en busca de la meta, trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde lo alto» 6.

El éxito de los atletas entrenados en la fe quizá se deba a que el deportista o cualquiera de nosotros que emprenda una actividad apoyado en Dios, fija la vista en una meta celestial más trascenden­te que la simple honra terrenal. A cuento vienen las palabras del Apóstol:

«¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportista­s se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalific­ado» 7.

«Nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémon­os de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe» 8.

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