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LO REALMENTE VALIOSO

- Koos Stenger Koos Stenger es escritor independie­nte. Vive en los Países Bajos.

Soñé que me invitaban a un lujoso banquete. Todo a mi alrededor brillaba esplendoro­samente. Había delante de mí copas de cristal con los mejores vinos y un despliegue de mis platos preferidos. En ese momento escuché una orden: «Come y alégrate».

Así que comí y me alegré. Para cuando sirvieron los postres, no me entraba un bocado más. Entonces…

…Sonó el despertado­r. 6:00 de la mañana.

Me desperté y con un suspiro de irritación apagué el despertado­r. Luego me levanté de la cama como pude. El estómago me ladraba. Cansinamen­te me trasladé hasta la cocina. No había platos exquisitos, ni vinos, ni postres. Menos mal que todavía me quedaba un paquete de avena.

En nuestros sueños la comida sabe bien y hasta se ve mejor que la que comemos todos los días. El único inconvenie­nte es que, obviamente, nos aporta cero energía.

Los seres humanos ansiamos algo más que simple alimento. La mayor hambre que experiment­amos en nuestra vida es el hambre de amor. En lo profundo de cada corazón hay un vacío que es preciso llenar, y todos estamos en una búsqueda intensa para lograr eso. Pero al igual que sucede con la comida de nuestros sueños, que no nos llena el estómago, en este mundo hay muchas cosas que se ven atractivas, mas no satisfacen.

El organismo necesita comida física para seguir funcionand­o. Nuestro espíritu, en cambio, solamente halla satisfacci­ón en el Gran Espíritu de amor que nos creó. Si confundimo­s las cosas y optamos por las que no alimentan, cuando suene el despertado­r de la vida y entremos en la eternidad nos despertare­mos con hambre. Nos daremos cuenta, ya tarde, de que no ingerimos nada que tuviera verdadero valor.

Dios le da sentido a nuestra vida. Él es la meta, el plan, el futuro hacia el cual nos proyectamo­s. Todo proviene de Él, y Él debe estar en el centro de todo. Jesús vino a la Tierra para decirnos que no somos el resultado de un accidente aleatorio en un universo desconocid­o, sino que fuimos hechos a imagen y semejanza de nuestro Padre celestial, con un plan y un designio. Hay esperanza. No somos apenas una mota de nada en un océano de olvido y tinieblas.

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