REYES Y REINAS
Hace unos años se puso de moda una canción sobre la necesidad de remediar todas las injusticias de la sociedad. No recuerdo exactamente la letra, pero en esencia decía: «Si yo fuera rey del mundo, haría las cosas de otra forma ». No habría más guerras, ni odios, ni sufrimiento, ni ninguna de las calamidades que aquejan a nuestro planeta.
Si bien se trataba de un noble ideal, al menos a primera vista, no tenía en cuenta un importante factor: Dios nos ha dado a todos libre albedrío, la facultad de elegir. En ese sentido, cada uno de nosotros es rey del mundo. Aunque no ejerzamos autoridad sobre todo el orbe ni estemos en condiciones de tener un impacto visible en la política global, se nos ha encargado la misión de gobernar nuestro pequeño mundo. Según el acierto con que lo hagamos, a partir de ahí podemos tener una influencia positiva en todo lo que nos rodea.
Como reyes y reinas que somos, tenemos a un tiempo dominio y responsabilidad. La reina Isabel I de Inglaterra 1. Romanos 3: 23 2. V. Mateo 19: 26; Filipenses 4:13 afirmó en una ocasión: «Ser monarca y lucir una corona resulta más glorioso para el observador que para quien debe cargar con ella ». Dicho de otro modo, no siempre es fácil gobernar, y menos aún con sabiduría y justicia.
Es más, si evalúas con franqueza tu reino, creo que llegarás a la conclusión de que es humanamente imposible gobernar siempre con buen tino. No siempre se acierta, ni se puede esperar que los demás lo hagan. «Todos pecaron, y están destituidos de la gloria [perfección] de Dios» 1.
Lo alentador es que, aunque nosotros fallemos, Dios puede y quiere obrar por intermedio de nosotros2. No es que vayamos a alcanzar la perfección de un momento a otro, sino que, si acudimos a Él, paulatinamente nos irá dando el amor, la humildad, el buen criterio, la comprensión y todo lo demás que necesitamos para gobernar con justicia.