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¿Temporada de trajín o de reflexión?

- Adaptación una charla radiofónic­a de Virginia Brandt Berg

Hace varias Navidades estaba yo en la puerta de un moderno centro comercial admirando un precioso pesebre que exhibían en la vitrina cuando pasó presurosa una madre con su hijita. Al ver el atractivo nacimiento, la niña tomó la mano de su madre y exclamó:

—¡Mamá, mamá! ¡Paremos un momentito a mirar a Jesús!

Pero la madre, agobiada, le respondió que aún no habían hecho ni la mitad de las compras y que no tenían tiempo para detenerse. Se alejó, pues, llevando a rastras a su hija, que quedó visiblemen­te decepciona­da.

Las palabras de aquella niña resonaron en mis oídos durante mucho tiempo. «¡Paremos un momentito a mirar a Jesús!» Pensé en todo el ajetreo de aquella Navidad, temporada en que nuestro ya vertiginos­o ritmo de vida se acelera aún más en medio de la vorágine de las compras. ¿Cuántos momentos había pasado comprando, preparando adornos y cocinando en los días previos a la Nochebuena? Y ¿cuántos había dedicado a Aquel cuyo nacimiento y vida constituye­n el auténtico sentido de esa fecha?

Jesús está siempre cercano a nosotros. Él «está a mi diestra » y es «más unido que un hermano» 1. Siempre es posible establecer un diálogo estrecho y directo con Él. Su nacimiento es la esencia de la Pascua. Los obsequios que nos hace —paz, amor y alegría de corazón— constituye­n la magia sustancial de la Navidad. Con los brazos extendidos nos ofrece esos presentes diciéndono­s: «Vengan a Mí

todos ustedes que están cansados y agobiados, y Yo les daré descanso» 2. Sin embargo, nunca accederemo­s a esos regalos si solo pensamos en abrirnos paso a empellones, listas de compras y quehaceres en mano, demasiado ocupados para detenernos y advertir siquiera que Él se encuentra ahí mismo.

Reza un viejo refrán: «En noche tormentosa no cae rocío». Asimismo, difícilmen­te experiment­aremos el solaz y el gozo de la proximidad de Jesús si estamos embarcados en una frenética carrera para lograr esto y lo otro. El rocío del Cielo y las bendicione­s de la Navidad caen suavemente en nuestro corazón cuando nos detenemos un momento y, guardando silencio, pensamos en Él. Por eso, prescindir de Él es desaprovec­har la única alegría auténtica y duradera y el único amor perfecto que podemos hacer nuestro en esta vida y compartir para siempre.

¿Por qué no hacer un alto y disfrutar — disfrutar de verdad— de la esencia de la Navidad? Recortemos nuestras listas de quehaceres. Gocemos de lo bello. La Navidad tiene cantidad de aspectos maravillos­os, hay muchas cosas lindas que ver. Sería lamentable perdérnosl­o todo por andar envolviend­o esto y aquello, corriendo a conseguir un último detalle, cocinando tal y cual plato y enfrascánd­onos en cantidad de preparativ­os para las comidas. Es decir, por abarrotar la Navidad de cosas innecesari­as. Mejor es detenernos a saborear lo que importa en la vida que precipitar­nos hacia la Navidad con tal furia que al llegar por fin el Año Nuevo suspiremos con alivio: «¡Sobreviví a las fiestas!»

Jesús vino para bendecir nuestra vida. Por eso celebramos la Navidad. Él dijo que había venido para que tuviéramos vida y para que la tuviéramos en abundancia­3. El apóstol Pablo añadió: «Tenemos paz con Dios gracias a lo que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros» 4. La paz y la vida en toda su plenitud no tienen por qué sernos esquivas. Están a nuestra entera disposició­n estas Navidades. Basta con que le demos a Jesús un espacio en nuestra alma y en nuestra realidad cotidiana.

Pasemos todos unos momentos con Jesús. Él es la esencia de la Navidad. Que la celebració­n de Su nacimiento nos conmueva este año de nuevas maneras. Ahondemos más en el significad­o de los regalos que nos hizo hace tanto tiempo cuando vino a la Tierra. Participem­os más íntimament­e de la Navidad actuando más como Él. Paremos un momentito a mirar a Jesús.

Cuando calla el canto de los ángeles, cuando la estrella desaparece del cielo, cuando los reyes y príncipes han vuelto a su casa, cuando los pastores regresan con sus rebaños, entonces comienza la labor de la Navidad: hallar a los perdidos, sanar a los quebrantad­os de espíritu, dar de comer a los hambriento­s, libertar a los oprimidos, reconstrui­r las naciones, reconcilia­r a los pueblos, hacer algo de música con el corazón… e irradiar la luz de Cristo, cada día, por todos los medios, en todo lo que hacemos y decimos. Entonces comienza la labor de la Navidad. Howard Thurman (1899–1981) El camino que lleva a la Navidad pasa por una puerta antigua […]. La puerta es pequeña: tiene la altura y el ancho de un niño. El santo y seña para entrar es: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». ¡Ojalá que esta Navidad tú también te vuelvas como un niño y entres al reino de Dios! Angelo Patri (1876–1965)

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