LA NAVIDAD LA HACEN LOS NIÑOS
En el centro de la Navidad yace el niño de Belén, que nació en este mundo, a menudo frío y hostil, para transmitirnos el calor del Padre celestial. La fiesta navideña partió por un niño, y son los niños los que la mantienen viva y vibrante.
Los adultos lo sabemos. En Navidad aflora nuestra inocencia, el alma se nos enternece, y el corazón nos vuelve a palpitar como lo hacía cuando éramos chicos. Los cánticos, las luces, el misterio de los regalos, el simbolismo, los gestos sencillos… Por eso será que muchos asociamos las pascuas con lo infantil, y nos gusta rememorar en estas fechas los episodios que tienen que ver con gente pequeña.
Cierta noche, en medio del ajetreo navideño, volvía con mi esposa Sally, medio tristón, luego de una larga jornada de andares agotadores. Me incomodaba no solo el bamboleo del autobús en que viajábamos, sino también la nostalgia de otras Navidades más amigables, menos comerciales, más musicales.
En esas y otras cavilaciones andaba yo cuando se subió al bus una familia con dos niños de corta edad. Noté que los chiquillos traían chispa. Buena cosa en una noche mustia. Pero lo mejor estaba por venir. De repente resonó un ropo pom pom que al principio confundí con un anhelo de mi interior. Pero no, venía de los niños que un par de cuadras atrás se habían subido al vehículo. ¡Eran un villancico viviente! Los dos entonaban a voz en cuello y sin ningún aliciente de parte de sus padres el tan conocido Tamborilero:
Yo quisiera poner a tus pies algún presente que te agrade, Señor; mas Tú ya sabes que soy pobre también, y no poseo más que un viejo tambor. Ropo pom pom, ropo pom pom. Nada mejor hay que te pueda ofrecer. Su ronco acento es un canto de amor. Ropo pom pom, ropo pom pom. Cuando Dios me vio tocando ante Él, me sonrió1.
Días después nos encontrábamos en plena campaña para llevar alegría, juguetes y el importante recado de la Navidad a niños y adultos de una ciudad que procuramos visitar todos los años. Luego de una intensa jornada de ires y venires, recalamos
en la casa de una querida amiga que siempre nos recibe con las puertas abiertas y un tecito en la mesa. Esa noche, sin embargo, el cansancio de todos era palpable en el ambiente. A los invitados se nos habían agotado las pilas, y nuestros anfitriones acusaban la fatiga de un largo día. ¿Cómo podíamos encender las velitas de pascua en esos corazones apagados? Un guitarrista entonó un par de villancicos que algo ayudaron a despertarnos, pero no lo suficiente para ponernos a tono.
La llamita que encendió las demás la puso otra vez —ya lo adivinaste— un niño. Le habíamos explicado a Franco — el chiquillo de 4 años que vive en la casa— que lo mejor que se abre en Navidad no son los regalos, sino el corazón. De ahí que cuando empezamos a cantar un villancico cuya letra reza: «Jesús, entra en mi corazón», de buenas a primeras lo empezó a entonar a voz en cuello con nosotros, pronunciando cada palabra con resonante convicción y totalmente concentrado en el potente mensaje que contenía.
Jesús, entra en mi corazón; lléname de luz y amor. Niños por doquier le piden con fe. Haz hoy esta oración2.
De pronto, todos nos despabilamos. Se hacía patente un verdadero milagro de Navidad: Cristo que nacía en el corazón de un niño creyente.
El último episodio ocurrió al final de nuestra estadía en la ciudad, cuando reunimos a unos 20 niños para participar en juegos y obtener los obsequios de rigor. Luego de una serie de bulliciosas y animadas competencias, era hora de narrar los sucesos de la primera Navidad. Pero ¿se tranquilizarían los chicocos después de tanto revuelo? Para sorpresa nuestra, se sentaron en el suelo delante de nosotros en semicírculo, tomaron su cancionero con sus manitas sudorosas y, con entera concentración y una seriedad reverencial, buscaron el villancico correspondiente y se nos unieron en coro. Los padres allí presentes y nosotros, los organizadores, quedamos lelos ante aquel acto de adoración infantil. Valga la comparación, pero fue como haber estado presentes en el portal la noche de la Natividad:
Allá en el pesebre entre pajas se ve al Niño Jesús que ha nacido recién. Estrellas lejanas lo miran dormir, al Niño Jesús con carita feliz. Jesús, a mi lado te ruego que estés, que Tu tierno amor para siempre me des. Bendice a Tus niños en todo lugar, para que en el Cielo tengamos hogar3.