UN ENCUENTRO AMISTOSO
Cada mañana sin falta saco a pasear a mi caniche negra, una actividad que para ella es de máxima importancia. Así comienza mi jornada. Seguimos siempre la misma ruta, que nos toma unos diez minutos de principio a fin.
Una cálida mañana de julio, cuando nos disponíamos a salir, me acordé de que se habían acabado las naranjas. Decidí, pues, apartarme de nuestra ruta habitual y dirigirme más bien a la hermosa misión de las Carmelitas, que se encuentra en un lugar relativamente apartado, sobre una loma. La misión vende naranjas a un par de dólares la bolsa.
Mientras subíamos por el largo y sinuoso sendero que se abre paso en medio de hermosos naranjales, me llamó la atención un cartel con letras ya un poco borrosas que proclamaba: «La oración no es otra cosa que una relación de amistad con Dios. Teresa de Ávila ».
Di mi amén a esa frase y compré mi bolsa de naranjas.
Poco después, habiendo dado de comer a la perrita y preparado mi jugo de naranja, estaba listo para mis devociones matutinas. Abrí mi devocionario al azar, y mis ojos se posaron sobre el título de un capítulo que decía: «Escuchar a Dios en oración es sinónimo de amistad con Él». Caramba, eso sí que captó mi atención.
¿Coincidencia? No lo creo. Conozco ya hace tiempo a Dios y sé distinguir cuando me quiere decir algo. Fue Él quien me hizo notar el cartel de la misión, pues guardaba relación con el mensaje que me quería transmitir aquel día.
No es que el Señor escogiera ese día en particular, de la nada, para empezar de pronto a hablarme, así porque sí, del tema. Antes bien, como suele ocurrir, últimamente me había venido dando indicios, leves impresiones, a raíz de ciertos incidentes. Ese día simplemente afinó un poco más el mensaje, hizo que cristalizara.
¿Qué tipo de cosas he aprendido en mi andadura con Dios? Entre otras, que ese profundo anhelo que todos sentimos, esa sensación de soledad que en parte remediamos con compañerismo terrenal, solo se satisface plenamente con una relación de amistad con Dios.
La amistad es identificarse con alguien en pensamiento y espíritu. Por eso, cuando cultivamos una relación interactiva con el Señor, en la que lo escuchamos y comulgamos con Él, nos volvemos verdaderos amigos Suyos.
Podemos optar por ser hijos de Dios y, sin embargo, vivir muy lejos de Él en nuestro corazón. Por otra parte, podemos optar por cultivar una estrecha relación con Él, en la que sepamos lo que piensa, cree, obra y considera importante. En ese espacio de intimidad descubrimos además lo cerca de nosotros que Él quiere estar. Theresa Dedmon