ASÍ ME DEJÉ CONQUISTAR
Aunque me crié en el seno de una familia cristiana, cuando llegué a la adolescencia me vi rebasada por los problemas del mundo, y eso me llevó a cuestionar mi fe. A los 18 tuve un novio que era un firme creyente. En nuestras conversaciones sobre la fe percibí en él tal sinceridad que empecé a dudar de mis dudas. Un día tomé su Nuevo Testamento y me fui a un gran parque de la ciudad, donde me senté junto a una laguna. Comencé desde el principio mismo, por el Evangelio de Mateo. Al llegar al Sermón de la Montaña me quedé atónita. Aquellos eran los principios por los que quería regir mi vida, solo que nunca los había visto formulados con tanta claridad. Continué leyendo toda la tarde, pasando de un evangelio a otro. Fue como una escena de una película, en la que alguien está tan concentrado que todo lo demás desaparece. Me transporté a los polvorientos caminos de Galilea, a las aldeas de pescadores, al templo. Era una de las discípulas de Jesús, estaba ansiosa por ver lo que haría y escuchar lo que diría. Cayó el atardecer cuando estaba ya en el último capítulo de Juan, y regresé a la Tierra. Volví caminando a casa transformada. Solo quería descubrir cómo podía vivir aquellas enseñanzas de Jesús. Unos meses después Él me reveló cuál era mi misión de la vida. Desde entonces me he esforzado por cumplirla. Jesús es el descubrimiento más importante que uno puede hacer. Se ha dicho que leer la Biblia es como leer nuestra propia historia, pues nosotros también participamos en ella, una historia que se desarrolla en la vida de cada uno de nosotros. Lo mejor del caso es que sabemos que tiene un final feliz.