ALMUERZOS DE ORACIÓN
Cuando estaba en el segundo semestre de mi primer año de universidad, algunos compañeros de curso cristianos tuvimos la sensación de que nuestra fe iba quedando ahogada por nuestros estudios, amigos, clubes y pasatiempos. No queríamos que terminara siendo un interés al que dedicáramos un poquito de tiempo los fines de semana y que luego dejáramos de lado para volver los lunes al emocionante trajín y las aventuras de la vida universitaria. El problema se agravaba por el hecho de que muchos vivíamos lejos de las iglesias y grupos a los que estábamos habituados, y otros se hospedaban con familiares que no eran creyentes.
A alguien se le ocurrió la idea de juntarnos dos veces por semana a la hora del almuerzo para orar e intercambiar inquietudes acerca de nuestra fe. Parecía apenas un pasito y, aunque me mostré dispuesta a intentarlo, tenía mis dudas de que aquello realmente sirviera para que Jesús adquiriera mayor preeminencia en nuestra vida. Decidimos reunirnos los lunes y miércoles.
Generalmente empezábamos entonando unas canciones. Luego unos contaban alguna enseñanza espiritual del momento; otros hablaban de las oraciones que Dios les había respondido o de cómo les había manifestado Su amor de maneras especiales. En otras ocasiones conversábamos sobre tácticas para disponer de más tiempo para la oración y el estudio de la Biblia en el tumulto y ajetreo del ambiente universitario, o sobre cómo iniciar conservaciones con nuestros amigos acerca de Jesús. Después intercambiábamos pedidos de oración, que abarcaban desde exámenes inminentes hasta nuestras relaciones familiares y decisiones con respecto a nuestro futuro profesional. Aquellos ratos en que hablábamos de Jesús en el contexto de nuestros quehaceres y problemas de todos los días me recordaban cuánto quiere Él tener una presencia activa en mi vida y me incentivaban a dedicar el tiempo necesario a fortalecer mi relación personal con Él.
Antes de aquellos almuerzos nuestra amistad se centraba mayormente en los estudios y las actividades curriculares. No obstante, al cabo de un tiempo de reunirnos de esa forma se forjaron vínculos más profundos entre nosotros por la fe que compartíamos. En lugar de sentirnos marginados y fuera de lugar a causa de nuestra fe, nos dábamos ánimo unos a otros, pues éramos un equipo con una meta en común: «Correr con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante» 1. Además, el saber que teníamos amigos que también valoraban las verdades espirituales creaba un clima positivo y estimulante que nos impulsaba a buscar medios de revitalizarnos espiritualmente a lo largo de nuestras actividades cotidianas, ya fuera escuchando un audio de la Biblia durante nuestros desplazamientos, leyendo algún texto motivacional entre clases, o de otras maneras.
Valoro mucho los alegres recuerdos de aquellas reuniones de oración, toda vez que fue en ellas donde aprendí que siempre hay formas de incluir a Jesús en mi vida, por muy preocupada que esté o muy apretado que sea mi horario. La búsqueda de interacción con personas que comparten mis creencias refuerza mi compromiso de ser una discípula de Jesús. Cuanta más relevancia adquieren Sus principios en mis bregas de todos los días y más lo veo obrar maravillas en mis hermanos en la fe, menos tendencia tengo a relegarlo al fin de semana.