POR QUÉ SON AZULES LAS SANDÍAS
Desde que era niña me cuesta conciliar y mantener el sueño. En los últimos años, tras aprender varios trucos, he logrado reducir considerablemente mi insomnio. Sin embargo, en promedio tardo entre 20 y 90 minutos en quedarme dormida en la noche. Por lo general no se debe a que haya tomado café por la tarde o a que no haya hecho suficiente ejercicio.
Mi mente tiende a divagar y se niega rotundamente a descansar y dormir. Siempre es así. Tiene el hábito de subir las revoluciones y ponerse a planificar o filosofar sobre cualquier cosa cuando debiera más bien rendirse al sueño.
Cuando me acuesto, sabiendo que no puedo obligarme a dejar la mente en blanco, procuro pensar en cosas agradables y no estresantes. Cuanto más disociados de la vida real estén mis pensamientos, mejor. Al cabo de un rato los pensamientos febriles dan paso a otros menos agitados, y estos a su vez a otros entretenidos. Finalmente llega el ansiado momento en que me empiezan a venir ideas completamente absurdas.
El diálogo que tengo conmigo misma suele discurrir así: «Mañana temprano debo contestar a Cristina… No, esta no es hora de repasar los asuntos que tengo pendientes… Fascinante la charla que escuché el otro día… No, así tampoco me voy a relajar. Es demasiado interesante… Eh, este fin de semana voy a cenar con un amigo… Y por eso son azules las sandías». En ese instante sonrío agradecida, sabiendo que en cuestión de segundos estaré apaciblemente dormida.
Es una de esas circunstancias en que una aparente equivocación o algo que suena disparatado allana el camino para algo bueno. En el caso de mi insomnio, lo bueno — o sea, el sueño— no viene a pesar de los pensamientos extraños e incoherentes, sino que lo aleatorio y lo ridículo presagian lo armonioso.
Eso me lleva a preguntarme si hay otros casos en que se dan situaciones parecidas, quizás incluso sin que tenga yo conciencia de que siguen una misma pauta.
Todos nos enteramos de vez en cuando de alguna situación extraña o estrambótica que derivó en algo hermoso a gran escala. Por ejemplo, alguien que conoce al amor de su
vida mientras está varado en un aeropuerto a causa de algún fenómeno climático. Por otra parte hay escenarios menos dramáticos, más cotidianos, como cuando perdí algo de poco valor y buscándolo encontré otro objeto perdido meses antes que tenía mucha más importancia para mí.
Hace tiempo que aprendí que se puede descubrir algo bueno en toda situación, a pesar de lo malo; que pase lo que pase Dios puede arreglarlo todo, o por lo menos mejorarlo. Al mismo tiempo, sin embargo, me daba la impresión de que el proceso para llegar a lo bueno era feo y desagradable y que no lo disfrutaría.
Ahora, en cambio, abrigo cierta expectación e ilusión mientras paso por lo feo y lo desagradable. Estoy aprendiendo a zambullirme en lo molesto y enojoso con la actitud de que es posible que conduzca a algo maravilloso. No siempre es así, pero tengo más energía positiva y me divierto más si conservo el optimismo en vez de temerme lo peor. Cuando procuro buscar la faceta positiva no solo tras superar la negativa sino en medio de ella, compruebo que a veces ambas están íntimamente ligadas, y lo desfavorable ayuda a gestar lo favorable.
No es solo cuestión de alabar a Dios pase lo que pase, sin importar lo terrible que sea la situación. He llegado al punto en que me alegro cuando las cosas están tembleques, pues nunca se sabe. Puede que sea una de esas ocasiones en que lo sui generis y lo bueno están aliados. Puede ser uno de esos casos en que las sandías son azules.
Todas las noches, cuando me viene a la cabeza el tan ansiado pensamiento disparatado, recuerdo que es más que posible que lo anormal sea la antesala de lo hermoso. Me ocurre prácticamente todas las noches. Y ahora me hace sonreír con mayor motivo todavía.
No deberíamos tener miedo de dejarnos llevar de la fantasía, esa insistente idea de que la vida puede ser mágica. En efecto, puede ser extraordinaria si nos animamos a tomar algunos riesgos. Donald Miller (n. 1971) Yo siempre aliento a las personas asegurándoles que Dios tiene un plan para su vida y Él nunca se equivoca, aunque a veces parezca que no nos presta atención o no nos está escuchando. Nick Vujicic (n. 1982) Me enseñaron a creer que Dios tiene un designio para cada ser humano y que aun las circunstancias que parecen ser azarosos caprichos del destino están todos ligados a ese designio. Ronald Reagan (1911–2004)