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GRANDES EXPECTATIV­AS

- Marie Story Marie Story vive en San Antonio ( EE. UU.), donde trabaja como ilustrador­a independie­nte y hace voluntaria­do en un albergue para indigentes.

La Biblia refiere que en cierta ocasión Jesús volvió a Su pueblo natal. En mi opinión es uno de los pasajes más tristes de las Escrituras. El último versículo del capítulo prácticame­nte lo resume todo: «Por la incredulid­ad de ellos, no hizo allí muchos milagros» 1.

Aquellas personas conocían a Jesús desde que era niño. Lo habían visto crecer, y me imagino que no esperaban mucho de Él. Cuando regresó después de haber estado haciendo milagros, no lo podían creer. «¿No es acaso el hijo del 1. Mateo 13: 58( NVI) 2. Mateo 13: 55 ( NVI) 3. 1 Corintios 9: 24 ( NTV) carpintero?» 2, preguntaba­n. Me da la impresión de que pensaban: «¡Si nosotros lo conocemos! Es un simple carpintero. No le da para haber hecho esos portentos. Ni que fuera el hijo de Dios».

Así como esas personas no creyeron en Jesús y en Su poder, a nosotros también a veces nos falta confianza en nosotros mismos y en las obras que Él puede hacer por intermedio de nosotros. Nuestras palabras y pensamient­os negativos nos frenan. Como no nos creemos capaces de hacer ciertas cosas, con frecuencia ni intentamos hacerlas.

Tengo en mi casa una perrita. Su único objetivo en la vida es acaparar atención. Hace cualquier cosa con tal de que alguien la acaricie. Es sumamente resuelta y obstinada. Casi nunca permite que algo la disuada cuando quiere que le preste completa atención. Si me siento en el sofá con el portátil, se mete por debajo de mi brazo, intenta mover el aparato o se sube encima de él. Cuando limpio o cocino, se pone a dar vueltas alrededor de mí, esperando que la mire. Si estoy fuera de su alcance, levanta las patitas con frenesí hasta que alguien se fija en ella y le hace cariños. Con mi perrita, la expresión sed de cariño adquiere toda una nueva dimensión.

El único lugar al que nunca había intentado subirse era mi cama. La dobla en altura, y aunque se alce sobre las patas traseras, apenas logra ver lo que hay encima. Así que se resignaba a sentarse en el suelo con cara de lástima hasta que alguien le prestaba atención. Nunca se animaba a saltar, porque la cama le parecía demasiado alta.

Hasta que se dio cuenta de que podía hacerlo.

Una tarde saltó con todas sus fuerzas y asombrosam­ente logró subirse a la cama. Ahora cree que puede encaramars­e cada vez que le dé la gana.

Huelga decir que se pone pesada. Sin embargo, su proeza me llevó a pensar que muchas veces no nos animamos a emprender algo a causa de nuestra incredulid­ad. Llegamos a la conclusión de que está fuera de nuestro alcance, y ni siquiera hacemos el intento.

De un tiempo a esta parte me han hablado de muchas personas que obtuvieron trabajos fenomenale­s para los que ni siquiera estaban técnicamen­te preparadas, solo porque estuvieron dispuestas a hacer la prueba.

Conozco a uno que consiguió empleo como ingeniero y trabaja con productos de tecnología avanzada para instalacio­nes de agua. Él no contaba con formación profesiona­l para eso. Ni siquiera era un rubro en el que había pensado introducir­se. Pero se le presentó la oportunida­d de trabajar en ese campo y recibir capacitaci­ón, y se ha desempeñad­o muy bien en ello.

Otro obtuvo trabajo como diseñador de páginas web. Si bien había incursiona­do en ese campo, era todavía un aprendiz. Ahora, aunque tuvo que ponerse al día y aprender mucho, ha llegado bastante más lejos de lo que él mismo creía posible, solo por estar dispuesto a dar el primer paso.

¿Qué me dices de ti? ¿Estás quizás impidiendo que Jesús haga algo extraordin­ario en tu vida —incluso algo que te gustaría hacer, pero que no sabes si eres capaz— por tu falta de fe en Su poder para obrar por intermedio de ti? ¿Te has repetido tantas veces que no eres capaz que has dejado de creer que tal vez sí lo eres?

Hay quienes consideran que ser humildes es sinónimo de tener una mala opinión de sí mismos y de su capacidad. Se inventan toda clase excusas: «Me falta inteligenc­ia », o: «Ese trabajo es para personas talentosas». Nuestro diálogo interno negativo y nuestra falta de fe pueden acabar por derrotarno­s.

Dios tiene planes para cada uno de nosotros. Eso es indudable. Puede que lo que Él tiene pensado difiera de nuestras expectativ­as; pero si se lo permitimos, se valdrá de nosotros. Un velocista olímpico no se presenta el día de la carrera pensando que a lo mejor puede ganar. Menos todavía se le ocurre pensar que no tiene chance alguna. Lo que hace es mentalizar­se para triunfar y correr como si ya le colgara del cuello la medalla. «¿No se dan cuenta de que en una carrera todos corren, pero solo una persona se lleva el premio? ¡ Así que corran para ganar!»

3 Convéncete de que Dios espera grandes cosas de ti; así comenzarás a esperar más de ti mismo. Si das el primer paso — ese que tanto asusta—, después es cosa de seguir corriendo.

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