UNA SEMANA PÉSIMA
Que en una semana un par de cosas no salgan conforme a lo previsto no es el fin del mundo. Tengo aguante suficiente para unas pocas contrariedades. Sé que cada semana trae consigo su cuota de aprietos y apuros y estoy acostumbrada a lidiar con eso. En general conservo el buen humor y el optimismo.
No obstante, esta semana pasada fue excepcional. Daba la impresión de que todos los días algo resultaba mal. No me refiero a los pequeños inconvenientes que suelen surgir, sino a situaciones bastante serias. Cada día me deparaba una sorpresa, y no particularmente agradable.
Tuvimos un par de accidentes que, gracias a Dios, no fueron graves, aunque sí dieron lugar a complicaciones y gastos inesperados. Sufrimos algunos trastornos de salud y hubo visitas al médico que nos generaron inquietud. Nos preocupamos también porque hubo tempestades que azotaron diferentes lugares del mundo en los que tenemos seres queridos y amigos.
Cada día surgía algo. Llegué a preguntarme si Dios se iba a cansar de oírme clamar a Él una y otra vez para que me ayudara a salir de mis embrollos. ¿Se le agotaría la compasión al cabo de un tiempo? ¿Decidiría no atender el teléfono cuando me viera aparecer por enésima vez en el identificador de llamadas?
Esta difícil semana de tanto clamar a Dios me ha enseñado que Él me escucha. Nunca se cansa de oírme. Siempre contesta cuando llamo. Siempre está atento y dispuesto a ofrecerme consejos e instrucciones. Me normaliza el ritmo cardiaco y me levanta cuando me falta ánimo para seguir adelante. Siempre me consuela y me devuelve el gozo del Señor. Y termina resolviendo los problemas.
Si alguna vez había dudado de los cuidados y la protección de Dios, la semana pasada los experimenté en carne propia. Vi Su mano dispensarnos sanación cuando la necesitábamos. Lo vi protegernos en situaciones riesgosas. Lo vi cuidar a nuestros seres queridos y ayudarlos en circunstancias potencialmente peligrosas. Lo vi obrar milagros silenciosos. Lo vi detenerse a escucharme cada vez que lo invoqué, y responderme en cada ocasión.
El resultado de esta pésima semana es un recordatorio de que con la ayuda de Dios puedo hacer frente a todo lo que se me presente. Terminada la semana mi fe está firme, y tengo la confianza de que, cualesquiera que sean los problemas u obstáculos, Él los resolverá. Aunque haya tormentas, accidentes, errores y contrariedades, confío en que Dios me ayudará a salir airosa de ellos. Con Él puedo encarar con entusiasmo la siguiente semana y todo lo que traiga.