¿Teletransportación o transformación?
Dios está en todas partes
Hace unos años viajé con una amiga en un bus nocturno a otra región de Sudáfrica. Guardamos el equipaje, nos pusimos los audífonos y nos preparamos para las largas e incómodas horas que teníamos por delante. Recuerdo que antes del viaje pensé: «¿Por qué no habrá teletransportadores? Así no tendríamos que perder tantas horas para llegar a un sitio». Poco me imaginaba lo que nos esperaba.
Más o menos a mitad de camino —poco después de las dos de la madrugada— el bus sufrió una avería, y el conductor anunció que nuestro viaje se suspendía indefinidamente. Iban a venir unos mecánicos, pero no se sabía muy bien a qué hora llegarían. Y estábamos en medio de la nada.
Algunos decidimos descender del vehículo para estirar las piernas y tomar un poco de aire. Yo estaba muy contrariado y hasta un poco enojado con Dios por permitir que el bus se estropeara. Me puse a caminar de aquí para allá en la oscuridad compadeciéndome de mí mismo.
En ese momento oí un murmullo melódico procedente de algún punto del grupo de pasajeros. Fue cobrando fuerza y adquirió un ritmo claro, cautivador y jubiloso. En eso se unió otra voz, y otra, y luego unas cuantas más. En cuestión de minutos, muchos nos sumamos al coro. Inesperadamente, aquellas coplas de camaradería y gratitud nos levantaron el ánimo.
— Mira —me dijo mi amiga tomándome del brazo y señalando hacia el cielo.
La vista era sensacional. Multitud de estrellas cubrían el firmamento, centelleando serenamente sin necesidad de rivalizar con las luces de la ciudad, como si nos dijeran: «Todo saldrá bien». Mientras contemplábamos aquel espectáculo y cantábamos, me arrepentí de mis quejas y recordé algo que leí una vez: «Uno ve el fango; otro, las estrellas». Ahí me di cuenta de que ya no deseaba que hubiera teletransportadores. Resolví saborear todos los momentos —tanto los buenos como los no tan buenos—, agradecido por lo que tengo, y disfrutar sin prisas de las pequeñas alegrías de la vida. Con el cántico de salvación que hay en mi corazón y los destellos de bendiciones que me rodean puedo afrontar cada día con ganas y con ilusión.
Y sí; repararon el bus y reemprendimos el viaje. Pero lo más importante fue que me sentí transformado. Aquella noche estrellada en medio de la nada recordé que mi Señor está en todas partes.