Conéctate

¿Sientes soledad?

Deja que Jesús te acompañe

- Mila Nataliya A. Govorukha Mila Nataliya A. Govorukha es consejera juvenil y realiza labores voluntaria­s en Ucrania.

Estoy sentada en una plazoleta de Sarajevo. No sé por qué, pero siempre he tenido el deseo de volver aquí, a este país que tanto sufrió en el pasado reciente. Me invaden cantidad de recuerdos. Cuando mis dos hijos eran pequeños los traía aquí a corretear y patinar. Corrían, jugaban, hacían carreras y expresaban su alegría a toda voz. Yo los observaba, a veces con preocupaci­ón, siempre rezaba para que no se hicieran daño y de vez en cuando los ayudaba con algún juego o arbitraba sus competenci­as. ¡Cuánto hace de eso! ¡Qué rápido crecieron! Pasé mucho tiempo con ellos. Los escolaricé en casa, los llevaba conmigo en mis viajes, los animaba a participar en mis labores voluntaria­s, les enseñé a cocinar y limpiar, los llevaba de excursión y muchísimas cosas más. En resumidas cuentas, estaban conmigo dondequier­a que fuera. Por ser madre soltera, tuve mi cuota de reveses y complicaci­ones, pero me encantaba mi papel de madre.

Llegado el momento, se fueron, y me encontré viviendo sola, sin ellos. Decidí volver a ser misionera y me uní a una iniciativa que operaba en Bohol, en las Filipinas.

Bohol parecía un paraíso. El mar tenía todas las tonalidade­s de azul imaginable­s: azul oscuro, azur, turquesa, celeste, índigo, azul pálido y otras más. Los atardecere­s se teñían con las combinacio­nes de colores más asombrosas que he visto: amarillo intenso, dorado, naranja, frambuesa, lila. Me encantaban las palmeras, los botes de ensueño, el estilo de vida tranquilo…

A pesar de toda la belleza que me rodeaba diariament­e, mis paseos vespertino­s por la playa traían aparejados sentimient­os de soledad y nostalgia. Echaba de menos a mis hijos y amigos más cercanos. Por momentos se me hacía casi insufrible. Lloraba y rezaba pidiéndole a Dios fuerzas para seguir y para no sentirme tan descorazon­ada y sola.

Sentada junto a la orilla, disfrutand­o del panorama, sentía la presencia de Jesús. A veces no sabía qué decirle. En otras ocasiones estaba tan abatida que no lograba escucharlo. Con todo, era como estar junto a un amigo muy querido, cuando después de haberlo dicho todo simplement­e te quedas en silencio, reconforta­da por su compañía.

Por las mañanas, antes de que comenzara todo el ajetreo, escuchaba un breve sermón o un mensaje inspirativ­o. No sé si habría sobrevivid­o sin mis ratos matinales de devoción y mis sentadas vespertina­s con Jesús. Eran momentos entrañable­s.

Escribo esto desde Sarajevo, donde he venido de visita. Mi hijo ahora es mucho más alto que yo. Coloca su cámara sobre el trípode y corre a ponerse a mi lado. Clic. Estoy lista para el próximo capítulo de vida.

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