¿Sientes soledad?
Deja que Jesús te acompañe
Estoy sentada en una plazoleta de Sarajevo. No sé por qué, pero siempre he tenido el deseo de volver aquí, a este país que tanto sufrió en el pasado reciente. Me invaden cantidad de recuerdos. Cuando mis dos hijos eran pequeños los traía aquí a corretear y patinar. Corrían, jugaban, hacían carreras y expresaban su alegría a toda voz. Yo los observaba, a veces con preocupación, siempre rezaba para que no se hicieran daño y de vez en cuando los ayudaba con algún juego o arbitraba sus competencias. ¡Cuánto hace de eso! ¡Qué rápido crecieron! Pasé mucho tiempo con ellos. Los escolaricé en casa, los llevaba conmigo en mis viajes, los animaba a participar en mis labores voluntarias, les enseñé a cocinar y limpiar, los llevaba de excursión y muchísimas cosas más. En resumidas cuentas, estaban conmigo dondequiera que fuera. Por ser madre soltera, tuve mi cuota de reveses y complicaciones, pero me encantaba mi papel de madre.
Llegado el momento, se fueron, y me encontré viviendo sola, sin ellos. Decidí volver a ser misionera y me uní a una iniciativa que operaba en Bohol, en las Filipinas.
Bohol parecía un paraíso. El mar tenía todas las tonalidades de azul imaginables: azul oscuro, azur, turquesa, celeste, índigo, azul pálido y otras más. Los atardeceres se teñían con las combinaciones de colores más asombrosas que he visto: amarillo intenso, dorado, naranja, frambuesa, lila. Me encantaban las palmeras, los botes de ensueño, el estilo de vida tranquilo…
A pesar de toda la belleza que me rodeaba diariamente, mis paseos vespertinos por la playa traían aparejados sentimientos de soledad y nostalgia. Echaba de menos a mis hijos y amigos más cercanos. Por momentos se me hacía casi insufrible. Lloraba y rezaba pidiéndole a Dios fuerzas para seguir y para no sentirme tan descorazonada y sola.
Sentada junto a la orilla, disfrutando del panorama, sentía la presencia de Jesús. A veces no sabía qué decirle. En otras ocasiones estaba tan abatida que no lograba escucharlo. Con todo, era como estar junto a un amigo muy querido, cuando después de haberlo dicho todo simplemente te quedas en silencio, reconfortada por su compañía.
Por las mañanas, antes de que comenzara todo el ajetreo, escuchaba un breve sermón o un mensaje inspirativo. No sé si habría sobrevivido sin mis ratos matinales de devoción y mis sentadas vespertinas con Jesús. Eran momentos entrañables.
Escribo esto desde Sarajevo, donde he venido de visita. Mi hijo ahora es mucho más alto que yo. Coloca su cámara sobre el trípode y corre a ponerse a mi lado. Clic. Estoy lista para el próximo capítulo de vida.