Amor en el estacionamiento
¿Sabías que a medianoche la atmósfera en un estacionamiento puede ser muy romántica? Quiero contarte el idilio que tuve con Jesús caminando por una playa de estacionamiento.
Tenía que hacer ejercicio todos los días y solo disponía de dos opciones: ir al gimnasio con aire acondicionado o salir a caminar por algún lugar donde la temperatura no fuera tan baja. Como soy friolenta, opté por pasear al aire libre, aunque hiciera calor. Sin embargo, descubrí que hasta yo tengo un límite en cuanto al calor que soporto. Como estábamos en una temporada muy calurosa del año, me tocaba esperar hasta que refrescara un poco, y eso era ya cerca de la medianoche.
Salía a hacer ejercicio a una hora en que reinaba el silencio y casi todos se habían acostado. Como era tarde y no conocía muy bien la zona, me quedaba en el estacionamiento, que estaba bien iluminado y además contaba con vigilante. Tardaba cinco minutos en dar toda la vuelta, y hacía el recorrido varias veces para extender la caminata.
El guardia nocturno era muy amable y me aseguró que no corría el menor peligro caminando por allí. Para mí él era como un recordatorio visible de la presencia de Dios, siempre cercano y reconfortante. Podía relajarme y disfrutar del ejercicio sabiendo que tanto el vigilante como Dios y Sus ángeles estaban de guardia.
Volviendo a lo que decía al principio: ¿Qué tenía de romántico ese estacionamiento? Pues que allí disfruté de ratos íntimos de paseo y conversación con Jesús, el cual conoce mi corazón mejor que yo misma. Todo era silencio, no había distracciones, y la mayor parte del tiempo no había nada que captara mi atención excepto la luna, lo cual realzaba aún más la experiencia.
Bueno, de vez en cuando aparecía un conejito que se quedaba quieto en el pasto mientras yo pasaba. No se lo veía asustado; un poquito curioso nada más. Al igual que yo, se acostaba tarde.
Reconozco que no soy aficionada a quedarme mirando automóviles; así y todo, me motivaban a alabar a Jesús por las comodidades y recursos de que disponemos hoy en día, sin los cuales la vida moderna no sería posible.
El casi nulo atractivo de los automóviles quedaba compensado por la belleza natural de los árboles que se alzaban junto al muro que rodeaba la propiedad. El alumbrado de seguridad del estacionamiento hacía brillar las hojas, otorgándoles un aspecto como de plumas o encajes y un tono tenuemente dorado. El resplandor de las luces entre los árboles producía un efecto etéreo, casi mágico. El
contraste entre la oscuridad y la luz dorada solo era apreciable de noche y causaba una impresión singular.
De día las cosas pueden parecer muy duras, rígidas, pragmáticas y utilitarias. En cambio en la penumbra, cuando las luces tenues hieren la oscuridad de la noche, todo cambia. La combinación tiende a realzar la belleza ya presente. No es que los defectos desaparezcan; siguen ahí y se vuelven nuevamente visibles cuando sale el sol. No obstante, la bienvenida oscuridad cubre lo suficiente las imperfecciones para permitirnos apreciar los puntos de belleza que tal vez no notamos durante el día. El amor de Dios es muy parecido. Para mí, fue una ilustración de cómo Jesús ve la belleza en nosotros y elige pasar por alto nuestras imperfecciones.
Una noche oí un pájaro cantor. Solo una vez. Nunca lo volví a oír. Dio un hermoso recital compuesto por diversas melodías, un obsequio que mi Señor, siempre atento y bondadoso, quiso que disfrutara.
Cuando caminaba alrededor de ese estacionamiento de noche, llevaba conmigo mi reproductor de MP3, con muchas grabaciones interesantes para escuchar; sin embargo, pocas veces lo encendí, pues esos paseos se convirtieron en mis ratos con Jesús. Podía sentir Su llamada.
Él y yo hablamos de muchas cosas. Me recordó que hasta en los estacionamientos puede uno hallar belleza cuando Él está presente. Me aseguró que sean cuales sean las circunstancias en que nos encontremos, juntos podemos tornarlas en algo extraordinario.