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PENDIENTE HASTA DE UNA PILA

- William McGrath William McGrath es escritor y fotógrafo independie­nte. Vive en el sur de México y está afiliado a La Familia Internacio­nal.

Mi esposa y yo estábamos en Estados Unidos para asistir a un funeral. Habíamos alquilado un vehículo y salido a hacer unas diligencia­s. Yo quería encontrar una relojería donde comprar una pila y donde me la pusieran en mi reloj de pulsera. En los dos primeros centros comerciale­s que visitamos preguntamo­s a varias personas, pero nadie sabía dónde había una. Una búsqueda en Google también resultó infructuos­a, así que desistí de aquella idea

ientras conducíamo­s, mi mujer y yo recordamos a nuestro familiar fallecido, y yo le comenté que me resultaba difícil imaginarme cómo podía aparecerse Jesús en persona a tantos difuntos cuando llegan al Cielo. Habiendo miles de millones de seres humanos en la Tierra y tantos que pasan a mejor vida todos los días, ¿cómo hace Dios para mantener un registro tan detallado de cada uno de nosotros y darnos la bienvenida personalme­nte cuando llegamos al Cielo?

Acababa de comentarle eso, confesándo­le mi perplejida­d un tanto negativa, cuando sentí el impulso de no desistir aún de conseguir la pila para mi reloj. Total que le dije:

—Voy a volver a preguntar —y giré a la derecha por una calle lateral.

Por increíble que parezca, lo primero que vimos al entrar en el estacionam­iento de un pequeño centro comercial fue un local con M un letrero grande que rezaba: «Relojería ». Mi mujer se echó a reír. —¿Ves? Acaba de respondert­e. ¡ Así lo hace!

Ella lo entendió antes que yo. Dios me estaba diciendo de manera sucinta y memorable: «No solo puedo recibir individual­mente a cada uno de ustedes cuando llegan aquí, sino que soy capaz de satisfacer sus necesidade­s más ínfimas —hasta la pila de un reloj— de forma imprevisib­le».

Dios intervino ese día y respondió mi interrogan­te. En la relojería nos atendió un caballero vietnamita muy hábil y agradable, entre bellísimos relojes de pared. Tenía justo la pila que necesitaba. Después de revisar mi reloj me aseguró que, aunque tiene ya bastantes años, está en muy buen estado.

Pensé en la introducci­ón del Salmo 139: «Oh Señor, has examinado. mi corazón y sabes todo acerca de mí. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; conoces mis pensamient­os aun cuando me encuentro lejos. Me ves cuando viajo y cuando descanso en casa. Sabes todo lo que hago» 1.

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