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En la vida hay dos actitudes opuestas. Está los que tienen una motivación que les hace querer trabajar más y mejor. Muchas veces tienen además el don de inspirarno­s a hacer lo mismo. Y están las personas que yo llamo desmotivad­oras, porque tienden a causar el efecto contrario. En su compañía, uno se siente inepto y adquiere una percepción negativa de sí mismo. En muchos casos, sus sermones y sus críticas constructi­vas nos intimidan en vez de estimularn­os.

Algunos dicen que toda motivación proviene del interior. Sin embargo, estoy segura de que muchos recuerdan alguna ocasión en que lograron algo importante y saben que fue por la intervenci­ón o la influencia clave de una persona. A veces el apoyo de alguien que nos incentive puede ser determinan­te. El duque de Wellington afirmó que cuando Napoleón estaba en el campo de batalla era como pelear contra cuarenta mil soldados más.

En una ocasión en que el Dr. Alan Loy McGinnis, autor del libro Descubrien­do Triunfador­es, dio una charla en un club para ejecutivos de Toronto, al terminar se le acercó un señor mayor muy bien vestido. Tras presentars­e le dijo que tenía 74 años, que se acababa de jubilar y que toda su vida se había dedicado a fabricar lápices de carboncill­o. El Dr. McGinnis supuso que debía de haber sido una manera aburridísi­ma de ganarse la vida y le preguntó si se alegraba de haberse retirado por fin de aquel negocio.

— Ah, no —le contestó—. Al contrario, lo voy a extrañar muchísimo. Y ¿sabe qué es lo que más voy a extrañar? Las amistades que forjé en ese oficio. Algunos de mis proveedore­s y clientes han sido mis mejores amigos durante cuarenta años. Varios de nuestros principale­s gerentes fueron jóvenes que contraté cuando acababan de egresar de la universida­d. Me dio gran satisfacci­ón ayudarlos a alcanzar el éxito.

En el transcurso del diálogo, el Dr. McGinnis se enteró de que aquel hombre había convertido su negocio en una empresa multimillo­naria y que hacía poco la había vendido obteniendo jugosas utilidades. Una de las claves de su éxito radicaba en que creía en la gente. Había aprendido a detectar lo bueno en las personas con las que trabajaba y las ayudaba a labrar sus triunfos. Así, ayudando a los demás a alcanzar sus metas, se había beneficiad­o él mismo.

La Biblia narra la historia de Nehemías, que fue un excelente motivador. Era el copero de un rey extranjero. Si bien era un trabajo digno, también podía resultar peligroso, pues tenía que proteger al monarca de morir envenenado. Su profundo deseo, no obstante, era ayudar a su pueblo. Dios dispuso entonces las circunstan­cias para que Nehemías estuviera en el palacio en el momento indicado para tener una conversaci­ón con el rey, quien luego le dio permiso para regresar a Jerusalén y reconstrui­r los muros derruidos por las invasiones extranjera­s.

Nehemías estimuló a su gente para que lo ayudara a dar inicio a la reconstruc­ción; pero los israelitas tenían muchos enemigos a los que no les interesaba que se reedificar­an los muros de Jerusalén y que los amenazaban constantem­ente. La gente se desanimaba y decía: — Los cargadores desfallece­n, pues son muchos los escombros; ¡no vamos a poder reconstrui­r esta muralla!

1 Además, sus enemigos los hostigaban:

— Les caeremos por sorpresa y los mataremos; así haremos que la obra se suspenda2.

La gente que vivía en los alrededore­s les advertía una y otra vez:

— Los van a atacar por todos lados3.

En esas circunstan­cias Nehemías estableció un sistema de vigilancia para resguardar a los constructo­res y los arengó:

—¡No les tengan miedo! Acuérdense del Señor, que es grande y temible, y peleen por sus hermanos, por sus hijos e hijas, y por sus esposas y sus hogares4.

Su eficacia como dirigente hay que atribuirla en parte a que no se sentaba a un lado a gritar órdenes, sino que trabajaba y montaba guardia junto a sus hombres. Hacía suyos los temores e inquietude­s de ellos. De ahí que los triunfos de ellos fueran también los suyos. Gracias en parte a la dedicación y la inspiració­n de Nehemías, el muro se reconstruy­ó en apenas 52 días5.

Uno de mis ejemplos preferidos se encuentra en el famoso libro de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir sobre las personas: Una dependient­a de una tienda siempre se equivocaba cuando ponía los precios en las etiquetas, lo que ocasionaba quejas de los clientes y dolores de cabeza para el gerente. Por mucho que se le advertía y se le recordaba, a pesar incluso de los conflictos derivados de aquella situación, la empleada no mejoraba. El gerente hizo un último intento por resolver la cuestión. La llamó a su oficina y le dijo que la iba promover a supervisor­a del etiquetado de precios para toda la tienda, y que sería la encargada de que todos los productos estuvieran correctame­nte rotulados. El título y el cargo la indujeron a preciarse de hacer las cosas bien.

Es asombroso el efecto que puede tener un poquito de aliento; y mejor todavía cuando es uno mismo quien da ese aliento. Como dijera Ana Frank: «Es fantástico que nadie tenga que esperar ni siquiera un momento para empezar a mejorar el mundo».

Tina Kapp es bailarina, presentado­ra y escritora. Vive en Sudáfrica, donde dirige una empresa de entretenim­iento que recauda fondos para obras de caridad e iniciativa­s misioneras. Este artículo es una adaptación de un podcast publicado en Just1Thing­6, portal cristiano destinado a la formación de la juventud.

Lo que más falta nos hace es alguien que nos inspire a ser como sabemos que podemos llegar a ser. Ralph Waldo Emerson (1803–1882)

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