CÓMO MEDIR EL ÉXITO
Puedes empezar hoy mismo tu crecimiento espiritual con Dios haciendo la siguiente oración:
Jesús, te ruego que me perdones las cosas que he hecho mal. Entra en mi corazón y acompáñame siempre. Ayúdame a alcanzar el verdadero éxito, que proviene de conocerte mejor, amarte y amar a los demás. Amén.
A mí me cuesta mucho definir el éxito, sobre todo en lo relativo a mi trabajo. Diríase que cualquier actividad a la que dedico más de cuarenta horas todas las semanas debería aportarme alguna medida de éxito tangible. Debería traducirse en un ascenso, tareas estimulantes y un sentimiento de sano orgullo por lo que he logrado. Ahora bien, ¿y si esas cosas no se dan? ¿Qué sucede si uno se siente poco menos que invisible en su trabajo, si no le manifiestan nada de aprecio y mucho menos le dan un ascenso? ¿Significa eso que no ha sido exitoso? Si no se mide el éxito según nuestros logros, ¿cómo se mide?
Esos son algunos interrogantes relacionados con mi carrera sobre los que he cavilado mucho en los últimos años. A continuación reproduzco algunas preguntas que empleo para medir mi éxito:
1) ¿Me hago presente? A primera vista eso puede parecer un poco tonto. Pero el primer requisito para lograr el éxito en casi cualquier disciplina es acudir, presentarse para realizar la labor. Todos los días me sorprendo al ver cuánta gente se automargina por no presentarse.
2) ¿Estoy aprendiendo y progresando? ¿Procuro ampliar mis conocimientos y aptitudes?
3) ¿Realizo bien mi labor, con constancia? Cualquiera puede deslumbrar mostrando su capacidad cuando se trata de llamar la atención y obtener recompensas. Pero el trabajo que realizamos todos los días es el que pone de manifiesto nuestro temple.
4) ¿Brindo ánimo y apoyo a los demás? ¿Pongo todo mi empeño para que mi grupo de trabajo tenga éxito?
Todos los días me esfuerzo por responder afirmativamente a esas preguntas. Si lo logro pienso que me estoy concediendo a mí misma la mejor oportunidad de alcanzar el éxito, independientemente de que este venga acompañado de reconocimientos o ascensos.
Permíteme citar un versículo muy pertinente sobre el asunto: «Ni de oriente ni de occidente ni del desierto viene el enaltecimiento, pues Dios es el juez; a este humilla, y a aquel enaltece» 1.
Eso no quiere decir que no tenga ambición de crecer o buscar nuevas oportunidades, sino que estoy aprendiendo a concentrarme en lo que puedo controlar —mi actitud y mi desempeño— y dejar lo demás en manos de Dios. No me gustaría perderme la posibilidad de madurar y convertirme en lo que Dios quiere para mí por otorgar al éxito tangible un valor desmedido.