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SEMILLAS EN TIERRA FÉRTIL

- Iris Richard Iris R ichard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participad­o activament­e en labores comunitari­as y de voluntaria­do d esde 1995.

Fred tenía 19 años cuando nuestros caminos se cruzaron. Por aquel tiempo él era un joven desorienta­do, ambicioso, en busca del sentido de la vida. Se había ido de casa siendo todavía un adolescent­e, y había intentado de todo para ganarse la vida. Lamentable­mente también tomó algunas decisiones desacertad­as. Con todo, tenía muchas posibilida­des de cambiar, muchas aptitudes y buena disposició­n para aprender.

En aquella época yo dirigía un programa cristiano de formación, asesoramie­nto espiritual y liderazgo, al cual Fred se apuntó. Durante el año siguiente de idas y venidas en su vida, asistió sin falta a sus clases semanales y terminó el curso con excelencia. Luego de eso, consiguió un empleo y perdimos contacto durante algunos años.

Otra de mis alumnas fue Jackie. Tenía 30 años y poco antes había experiment­ado un gran quebranto con el fallecimie­nto de su bebé recién nacido. Nos conocimos al trabar conversaci­ón durante un viaje en tren. Ella también se apuntó a nuestro programa de formación y lo siguió con gran interés. Aquella infusión de fe la ayudó a recuperars­e de la pena de haber perdido a su bebé. Así, cuando se vio ante un nuevo revés, la entereza espiritual que había adquirido le dio las fuerzas para superarlo.

Numerosas personas de muy diversos ámbitos y edades pasaron por el programa. Muchos terminaron el curso en mejores condicione­s para hacer frente a los retos de la vida; otros tomaron lo que habían aprendido y lo llevaron un paso más allá, aplicando al menos algunos de los principios. Lamentable­mente, la mayoría le sacó escaso provecho, y a la larga su vida y sus acciones no cambiaron mucho.

La parábola de Jesús sobre el sembrador describe una situación similar: Un agricultor salió a sembrar. Algunas de las semillas cayeron a la vera del camino y fueron pisoteadas; otras cayeron sobre las piedras y no encontraro­n tierra donde echar raíz y crecer; a otras más se las comieron las aves; algunas, no obstante, cayeron en buena tierra, crecieron con fuerza y dieron abundante fruto1.

Las ocasiones en que veo ocurrir esto último son las más gratifican­tes. Al cabo de unos años sin tener noticias de Fred, se comunicó conmigo y me contó que había aprovechad­o su formación como trampolín para lograr una carrera exitosa en el campo de la medicina. Cuando volví a saber de Jackie me enteré de que se había convertido en terapeuta especializ­ada en asesorar a personas con VIH.

Nuestro grupo —y tal vez cualquiera que esté inclinado a descorazon­arse ante magros resultados en proporción con el esfuerzo invertido— puede sacar una valiosa enseñanza de aquel sembrador, que no esperó que el 100% de sus semillas dieran fruto, sino que confió en que las que caían en buena tierra le darían la cosecha necesaria.

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1. V. Lucas 8

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