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Una nueva identidad

Una ciudadanía distinta

- Uday Paul Uday Paul vive en la India. Es escritor, voluntario y profesor.

Una de mis películas preferidas es la ya clásica ¿Sabes quién viene a cenar?, del año 67. Se estrenó en un momento muy sensible de la historia de los Estados Unidos, producto de la alta volatilida­d de las tensiones raciales. Fue éxito de taquilla y llegó a ser un importante agente de cambios sociales.

La trama gira en torno a una joven blanca, Joanna Drayton (Katharine Houghton), que lleva a su novio negro, John Prentice (Sidney Poitier) a casa a conocer a sus padres. Aunque sus padres se ufanan de ser librepensa­dores y progresist­as, su mundo sufre un remezón cuando se ponen a prueba los valores que profesan en teoría. Al mismo tiempo John debe lidiar con las objeciones de su padre, que no quiere que se case con una chica blanca.

Si bien en esa época los matrimonio­s interracia­les eran mal vistos y hasta ilegales en muchas regiones de los EE. UU., el amor de Joanna por su novio trasciende todas las diferencia­s externas que hay entre ellos, además de los prejuicios propios de la época. La película ilustra perfectame­nte la percepción que tiene Dios de nosotros —independie­nte de nuestra apariencia, nacionalid­ad, raza, clase social o sexo— y la aceptación que manifiesta hacia cualquiera que le abra el corazón1. Nuestra fe en Jesús hace que Él nos una, derribando cualquier barrera divisoria2. El vínculo espiritual entre los creyentes trasciende cualquier diferencia étnica o de nacionalid­ad, puesto que nos convertimo­s en ciudadanos de una nueva nación — el reino de Dios3— cuyos valores y reglas son diametralm­ente opuestos a las del mundo actual.

Por medio de Su sacrificio en la cruz Jesús redime a personas de toda condición social4. Mientras estuvo en vida terrena eligió de discípulos a personas de diversa extracción, en algunos casos hasta de cuestionab­le reputación. Hoy no deja de acoger a gente de todos los países y orígenes étnicos.

El reino de Dios es el mejor país al que puede pertenecer una persona. No se trata de un lugar geográfico, sino de un país que vive en el corazón de los creyentes unidos en una comunidad de fe. Hablamos de un país que nunca persiguió a los pobres ni oprimió a los débiles ni libró guerras por motivos injustific­ados. Ser ciudadano del reino de Dios es un enorme privilegio. 1. V. Hechos 10: 34,35 2. V. Gálatas 3: 28; Efesios 2:14 3. V. Filipenses 3: 20 4. V. Apocalipsi­s 5: 9,10.

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