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A NUESTROS AMIGOS ¿ Quién quiere al hi jo?

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Hace poco volví a leer el conmovedor relato de un hombre acaudalado que compartía con su hijo la pasión por colecciona­r obras de arte. (El relato aparece en varios sermones y libros, pero se desconoce su autoría.) Dice así:

Estalló una guerra y llamaron a filas al hijo. Este murió mientras rescataba a otro soldado. Poco después alguien tocó a la puerta de la casa del padre. Al abrirla este se encontró con un joven que traía un gran paquete. — Señor, usted no me conoce — dijo el muchacho—. Yo soy el soldado por quien dio la vida su hijo. Me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le provocó la muerte al instante. Hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte. Sé que esto no es gran cosa — prosiguió el joven entregándo­le el paquete—, pero yo quería que llegara a sus manos.

El paquete contenía un retrato de su hijo pintado por aquel soldado. El padre colgó el retrato sobre la repisa de la chimenea. De ahí en más, cuando llegaban invitados, antes de enseñarles su famosa galería, les mostraba el retrato de su hijo.

Al morir el padre se convocó una subasta para vender las obras de su colección. Sobre un caballete, a un costado de la tarima, estaba el retrato del hijo. El subastador dio un golpe con su martillo. — Empezaremo­s con este retrato del hijo. ¿Quién hace una oferta por él? Se hizo un silencio. Luego se oyó una voz que gritaba: —¡Hemos venido a ver las pinturas famosas! ¡Sáltese esa! Impertérri­to, el subastador continuó: —¡El hijo! ¿Quién quiere al hijo? Finalmente el viejo jardinero de la familia habló desde el fondo de la sala. —¡Doy diez dólares por ese cuadro! Le daba vergüenza ofrecer tan poco, pero no se podía permitir más. —¡Diez dólares! ¿Quién da veinte? —¡Que se lo lleve por diez! ¡Y ahora sí pasemos a la subasta! — A la una, a las dos y a las tres. ¡ Adjudicado en diez dólares! — exclamó el subastador con un golpe de martillo—. Con eso se da por terminado el remate. Cuando me llamaron para conducir esta subasta me informaron de una cláusula secreta del testamento del propietari­o: Solamente se debe subastar el retrato del hijo. Quien lo compre hereda todos los demás bienes. ¡El señor que quiso al hijo se queda con todo!

La pregunta que nos hace hoy el Creador es la misma que la del subastador: «¿Quién quiere al Hijo?» Pues el que quiere al Hijo se lo lleva todo. El Hijo de Dios murió por nosotros hace casi 2.000 años. Hagamos memoria de Él todos juntos esta Semana Santa. Gabriel García V. Director

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