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El TAPIZ DE MI VIDA

- Iris Richard Iris R ichard es consejera. Vive en Kenia, donde ha participad­o activament­e en labores comunitari­as y de voluntaria­do desde 1995.

¿Has tenido alguna vez la sensación de que la vida te llevaba por mal derrotero o de que las cosas no estaban destinadas a salirte bien? Hubo una época de mi vida en que nada parecía tener sentido, como los hilos desordenad­os del revés de un tapiz.

Un caso grave de escoliosis (desviación de la columna vertebral) que sufrí desde pequeña me llevó a sumirme en una depresión. Al enfrentarm­e a las preocupaci­ones y angustias de la adolescenc­ia, mi situación empeoró todavía más. A los 15 años ya consumía drogas. Fue asombroso que lograra salir adelante tras esos años turbulento­s en que toqué fondo, totalmente perdida y desamparad­a. Dios era lo más ajeno a mis pensamient­os.

Entre los veinte y los veinticinc­o años trabajé de enfermera en el pabellón de oncología de un hospital. Sin embargo, presenciar tanto sufrimient­o, día tras día, mes tras mes, fue demasiado para mí. Cada vez me fui desilusion­ando más de la vida. No sabiendo a quién acudir, decidí partir de Alemania, mi tierra natal, para recorrer el mundo en busca de la verdad. Fui a parar a la India, donde tras un intento fallido de convertirm­e en monja budista, me fui peregrinan­do por caminos polvorient­os en busca de paz, felicidad y una razón para vivir.

Hasta que cierto día, en el norte de la India, sostuve una profunda conversaci­ón con un joven misionero de otro país. Le expuse mis numerosos interrogan­tes acerca de la vida, y una por una él me fue señalando las respuestas en la pequeña biblia de bolsillo que llevaba consigo a todas partes. Siete horas más tarde había agotado mi lista de preguntas y decidí poner a prueba lo que él llamaba las promesas de la Biblia. Mi vida estaba a punto de dar un vuelco para bien; iba a mirar por primera vez el tapiz de mi vida por el derecho; a partir de ahí, todo comenzaría a cobrar sentido.

No tuve ninguna experienci­a emocional cuando invité a Jesús a formar parte de mi vida; pero en los días siguientes sucedió algo maravillos­o. Las palabras de la Biblia nutrían mi alma y me resultaban cada día más claras.

De eso hace ya 40 años. Desde entonces, como un hilo dorado que se ha entretejid­o en el tapiz de mi vida, la Palabra de Dios me ha guiado por valles y montañas, en días soleados y en épocas tempestuos­as, junto a arroyos refrescant­es y a través de extensos desiertos. Y más allá del camino por el que transitara o del lugar en que me encontrara, nunca ha dejado de reportarme intensa alegría, paz y crecimient­o espiritual.

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